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VIEJOS
(por Antonio Aura Ivorra)

  

     En mi infancia conocí al tío Ximo ya entrado en años: “Xiquet, jo tinc molts anys. Ja soc vell” - (“Niño, yo tengo muchos años. Ya soy viejo”), me decía cuando, después de una jornada agotadora en el campo, entraba en casa con su macho cargado de melocotones de secano. Sin embargo, me sorprendía la agilidad con que descargaba al animal y abocaba los melocotones de la alforja en los capazos, preparados ya en fila junto a la pared. Y, además, le faltaba tiempo para meter al macho en el corral, asearse y salir rápido hacia el bar del pueblo; allí, en un ambiente apestoso y turbio de humo de caldo de gallina, Peninsulares o picadura, de tertulia desordena y chillona, echaba su partida de truc, tomaba su vermut con sifón y olivas rellenas, ponía a prueba sus pulmones con un pestilente toscano – tan torcido y rugoso como intenso-, y cambiaba impresiones con sus amigos sobre precios de la fruta y otras cosas del campo y del mundo, qué sé yo… un batiburrillo. ¿Cómo puede sentirse viejo un hombre así? Yo no lo veía viejo. Admiraba su pericia.

 

     Comentaban en el bar que el hijo del Julián había comprado un tractor Massey Ferguson firmando no sé cuantas letras. Unos decían que era una barbaridad y otros que se iba a ahorrar muchos esfuerzos; que seguramente trabajando menos rendiría más. Y todos estaban pendientes de ver qué resultado daba el costoso tractor. Así y todo, para no quedarse solo con la azada, algunos, que aunque provectos seguían abiertos a la modernidad, ya se habían “enredado” con una mula mecánica para aliviar su trabajo. En cambio otros, también maduros, aun quejándose de la espalda preferían seguir con sus lamentos y con el asno, y cavar, arar o alomar la tierra a la vieja usanza. Cuestión de actitudes.

 

     ¿Qué es un viejo?, se preguntaban a veces en torno a la mesa del bar, entre carta y carta… Pues… no sé, comentaba uno: puede que sea viejo el que se arrincona en su casa quejándose de los riñones sin darse cuenta de que la vida sigue ahí afuera y de que si se aparta renuncia, tal vez inconsciente, a vivir.

 

     Viejos, decía el tío Ximo, siempre los hubo, pero es que ahora veo más.

 

     -Sí, le replicaban; tú siempre dices que lo eres y, sin embargo no paras. ¿Tú crees que eso es ser viejo? Si son como tú todos esos que ves, nos apuntamos; y seguramente por muchos años, amigo mío. Ya se están ocupando los sabios – y por nosotros tampoco va a quedar- de que así sea.

 

     Pepe, la pareja de Ximo en la partida de truc, tenía un hijo, Ricardet, estudiando en la Universidad. Y fue él quien aclaró lo que de manera oficial se entiende por viejo; esto es lo que dice el diccionario, dijo; y leyó: “Dícese de la persona de edad. Comúnmente puede entenderse que es vieja la que cumplió setenta años.”… Levantó la vista expectante, quedó un momento en silencio y, mostrando una leve sonrisa, añadió: también les llamamos ancianos, que parece más respetuoso; sin embargo, el mismo diccionario dice de ellos que son personas de mucha edad, sin precisar cuanta. Así que, a mí me parece que no es tan fácil acotar ese tiempo, que creo debe ser de libertad. La vejez, como la edad adulta, la juventud o la infancia, es una etapa más –cada día más larga- de la vida. Dicen que su permanencia estable en el tiempo será cada vez más prolongada y menos enfermiza, aplazándose cada vez más la llegada de la decadencia, que inexorablemente llega. Negarlo sería de necios. Tanto como no reconocer esa estabilidad saludable cada vez más duradera hacia la que se avanza.

 

     Desde un punto de vista negativo, vejez, que no solo es cuestión de años, significa carga, marginación, decadencia: carga, gravosa para la sociedad: una vida salpicada de miserias es la rémora de los viejos pobres y desesperados a quienes debe sostener. Marginación, sutil preterición que, aun anticipándose a la imposibilidad de seguir a ciertas edades (no para todos las mismas) los rápidos avances de la ciencia, la técnica, el pensamiento…, dificulta o impide la participación activa en la sociedad. De la decadencia, por el natural deterioro biológico, nadie se libra. No hay que abrumarse, pues, por lo que sin duda llegará, cada vez más tarde que temprano.

 

     Así que, mientras os cuidéis un poco, os pique la curiosidad y os interese lo que pasa; admitáis que los tiempos cambian y os sintáis receptivos y dispuestos a avenirse a ello con ganas de vivir… sin subestimarse,  durante largo tiempo no seréis carga. Para nadie. Viejos, sí, solo por años; pero valiosos y útiles al renovar aptitudes guiados por vuestra sabiduría. Tal vez los problemas estén en los desencuentros, que enturbian el normal entendimiento entre las gentes.

 

     Tras un silencio reflexivo, se oyó una voz allá al fondo que decía:

 

     -Ricardet: ¡Pren-te el que vullgues!  -Ricardet: ¡Tómate lo que quieras!

 

     Ahora, en mi madurez, observo complacido que, con el tiempo, se van confirmando las apreciaciones del tío Ximo y los augurios de Ricardet.

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