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LA VI CAER

(por Ana Burgui)

   

     Andaba deprisa atravesando aquel parque que, en plena ciudad y rodeado de edificios, aportaba un trozo de posibilidades a la vida. Con su sombra bajo los árboles frondosos, sus bancos que invitaban a contemplar aquellas pequeñas fuentes, sus tímidas flores nacidas del principio de la primavera y su silencio envolvente, me hizo relajar el paso y empecé a prestarle atención. En un rincón había un grupo de hombres de edad variada que jugaban a la petanca ante una pista que habían dibujado y marcado con cuerdas sobre un suelo de tierra. Una señora paseaba al sol un cochecito donde dormía plácidamente un bebé; miré a mi alrededor disfrutando por primera vez de aquella mañana y entonces la vi. Vi que era una mujer, no había mucha distancia y ni siquiera sé por qué miré hacia aquel lugar en el mismo momento en que caía, pero detecté un cambio de actitud durante los instantes en que la vi. Primero la sorpresa, el miedo y la resistencia que con los brazos parecía ofrecer; después pareció que se conformaba con su destino, dejó de mover los brazos en un intento desesperado por asirse a la vida y la cabeza dejó de erguirse; y como si al fin buscara la muerte, hundió la frente como si aceptara o deseara su destino. Pensé si sería el fin o empezaría un calvario de operaciones y curas, huesos rotos y pérdida de funciones necesarias e irreparables y si sería consciente o no, o si se produciría un coma interminable, o una muerte en el acto y nada más, o quizás simplemente se desmayó.

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