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PRIMAVERA
(por Antonio Aura Ivorra)

  

     El entorno despierta ya de su letargo. Tras la neblina mañanera, despejada suavemente por la luminosa majestuosidad del amanecer, los campos muestran su exquisitez floral. De los secos ramajes del almendral, soportados por troncos sin vida aparente, groseros y rugosos, van brotando yemas henchidas de energía que eclosionan esparciendo por el terruño delicados y esplendorosos colores blancos, rosados, verdes… que anuncian la primavera.

 

     De las fuentecillas de montaña borbolla el agua límpida y fresca. Paseando por la senda se disfruta del silencioso retiro y de la sonoridad armónica y relajante de la mañana campestre, que despierta con suavidad la atención del caminante… ¡silencio!... ¡chisssss…! ¿Oyes cómo suena la naturaleza al desperezarse? Escorrentías cristalinas se deslizan por el sotobosque, entre tomillos y manzanillas, retamas, aliagas, matorral y coscoja, en hilillos vivificadores que irrigan la falda del monte colmándola de vida y fragancias. Desde allí se divisa el incomparable tapiz calado con esmero por la naturaleza en aquel campo de almendros. Los pinos y carrascas lucen su esbeltez con frescura radiante y el gorjeo de los pájaros excita al oído. Se aspira el olor a tierra húmeda. Y a verdor.

 

     Al pie de la montaña está la masía. Su fachada enjalbegada y reluciente acoge macetas colgantes que ahora componen un lienzo singular de vivos colores, verdes, rojos de geranios y clavellinas, blancos, amarillos de margaritas, de petunias y pensamientos. Una buganvilla, nervuda, trepa con sus colores tostados y cálidos que se avivan por días por el lateral empedrado sin encalar. Ya casi cubre la pared…

 

     El pequeño parterre que se extiende frente a la entrada principal de la casa aparece repleto de viejos rosales, podados en sazón, que ya verdean. Rechazando caricias, ásperos y punzantes, rejuvenecen y anuncian la inminente floración de sus cálices emergentes. Solo el ama de casa los cuida; enguantada y con las tijeras de podar se ocupó de sanearlos; y con insecticidas, fungicidas y otros aportes los liberó de moscas, pulgones, ácaros y otras plagas cuando la invasión. Ahora los contempla ilusionada y con estima; así lo dicen sus ojos mientras arranca el amago de un hierbajo que pretende crecer alimentándose de nutrientes ajenos y observa el retoñar de violetas, hortensias, narcisos, margaritas, claveles, begonias e hibiscus, que ya componen una sinfonía de colores; allá en el extremo, embutida en un amplio macetón, una colocasia luce el lustroso vigor de sus amplias hojas.

 

     Entrada la primavera la perdiz anida e incuba los huevos en el monte bajo. A no mucho tardar eclosionarán y aparecerán los polluelos que, con crecimiento rápido, corretearán en bandada en busca de alimento, cuidándose de ratones, culebras, lagartos y otros predadores. Pronto serán espectáculo.

 

     En la ciudad el asfalto y el cemento constriñen la vista de esta exuberante manifestación de la naturaleza; unos grandes almacenes se anticipan al equinoccio primaveral con sus anuncios por cambio de temporada, aunque el buen tiempo no acompañe. No hay buganvillas en sus paredes, pero sí efervescencia comercial: grandes carteles de vistosos colores y atractivas damas, iluminados con luces de neón animan a la gente a consumir porque, dicen, ya ha llegado la primavera. Los jardineros municipales se afanan en amoldarla en los parterres y festejarla con macetas a millares que llegan de los viveros para alegrar esa tierra apretada, prisionera de asfaltos y baldosas. Y en las afueras, en el alero de algunos edificios ya se han instalado las golondrinas; llegan desde África hacia sus nidos de siempre para el veraneo y la reproducción; allí ponen los huevos y los incuban protegidos de miradas indiscretas. Su vuelo ágil y rasante por algunas calles y avenidas acompaña los tranquilos paseos de la gente en las mañanas radiantes y en los suaves atardeceres, animando la ciudad que bulle con el renovado verdor y colorido de su acomodada vegetación.

 

     No muy distantes quedan los valles de Gallinera, Laguart, Alcalá y Ebo engalanados con primor por los cerezos en flor. Todo un presente de la naturaleza que se ofrece a raudales para nuestra complacencia. Hay que celebrarlo.

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