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Manuel Gisbert Orozco

 

BLAS DE LEZO... (Final)

EL ERROR DE VERMON

(por Manuel Gisbert Orozco)

  

     Una vez retirados del castillo de San Felipe los defensores optaron por replegarse totalmente a la fortaleza de San Felipe de Barajas, no intentando siquiera la defensa del Castillo de Santa Cruz, que era el que protegía el estrecho de Bocagrande.

 

    Ante la inminente entrada de los navíos ingleses en la bahía, Lezo se vio obligado a hundir los dos únicos barcos que le quedaban: EL Dragón y El Conquistador, en el canal de Bocagrande. Más para evitar que cayesen en poder del enemigo que para dificultar la navegación por dicho canal, que por otra parte no consiguieron.

 

     Solo entonces se atreve Vermon a entrar triunfante en la bahía con su buque almirante con las banderas desplegadas y escoltado por dos fragatas. Dando la batalla por ganada, envía un correo a Jamaica y otro a Inglaterra comunicando la buena nueva y vendiendo la piel del oso antes de cazarlo.

 

     Vermon estudia las diversas opciones para el ataque final y opta por la que le parece más asequible pero no por ello más fácil: ocupar la península de Manzanillo y la isla de la Manga.

 

     La ciudad de Cartagena de Indias está situada en una península unida al continente por un estrecho istmo defendido por el castillo de San Felipe. Seiscientos hombres comandados por Des Naux, que ya habían combatido en Bocachica, y por Lezo, que se había quedado sin barcos. Después de unos días de intenso bombardeo en el que las murallas quedaron maltrechas, Vermon, que deseaba realizar el menor daño posible a la fortaleza pues esperaba aprovechar sus defensas posteriormente, resuelve que la infantería puede tomar fácilmente el fuerte.

 

     La noche del 19 al 20 de abril de 1741 los atacantes, al mando del General Woork, avanzan entre sombras formando tres columnas de granaderos y varias compañías de soldados, además de los 600 esclavos macheteros jamaicanos que van en vanguardia. Su progresión es lenta por el pesado equipo de guerra que trasportan. El fuego de fusilería, desde las trincheras y lo alto de la fortaleza, va diezmando las filas inglesas. El avance se frena ante las murallas ya que, por un error infantil, las escalas son demasiado cortas para poder salvar el foso. Empujados por la gente de atrás los atacantes se apelotonan delante del foso y cada disparo de los defensores es una baja segura. Al amanecer, un macabro espectáculo de muertos se muestra ante los defensores mientras los mutilados y heridos  vagan como espectros por los alrededores del castillo de San Felipe, haciendo evidente la hecatombe inglesa. Los españoles aprovechan para realizar una salida, cargando a la bayoneta calada y provocando la huida desordenada de los asaltantes que habían resultado ilesos, que pierden cientos de hombres y todos sus pertrechos.

 

     Los británicos que por entonces ya llevaban más de un mes en la zona, la mayor parte acampados junto a la Cienaga de la Tesca, comenzaron a sufrir los efectos del cólera y del escorbuto. La situación se tornó insostenible pero Vermon continuó bombardeando la ciudad hasta el 20 de mayo, aunque ya sin un objetivo claro, únicamente para minimizar su derrota. Después de un intercambio de prisioneros, puso rumbo a Jamaica, no sin antes incendiar cinco navíos que tuvo que abandonar por falta de tripulación. Perdió otra nave durante el regreso y cada barco de los restantes se había convertido en un hospital.

 

     En Inglaterra, que habían dado como cierta la victoria y desconocían el infausto final que había sufrido su particular “armada invencible”, se apresuraron a emitir medallas conmemorativas mostrando a Lezo arrodillado ante Vermon entregándole la espada con la inscripción: “El orgullo español humillado por Vermon”. Curiosamente, en ellas, Lezo aparece con dos piernas, dos ojos y dos brazos para obviar que era un hombre lisiado. Estas medallas, que algunas se conservan todavía, fueron motivo de burla durante mucho tiempo por los enemigos de Inglaterra.

 

     Lezo malherido y extenuado por la batalla, sobrevive durante algunas semanas más en algún hospital de Cartagena. Su cuerpo fue depositado en alguna fosa común y se ignora dónde está enterrado. Un sello y posiblemente el título de alguna calle en algún recóndito lugar de España es todo lo que se recuerda de él.
   

     Jorge II, rey de Inglaterra, se apresuró a retirar las medallas conmemorativas y prohibió toda publicación sobre el asalto a Cartagena de Indias, que quedó así sepultado en la historia.

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