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PRIMAVERA II
(A modo de crónica)
(por Antonio Aura Ivorra)

  

     Una banda de cornetas y tambores engalanada para la ocasión -gorra de plato, guerrera abrochada al centro, botonadura en oro, pantalón azul…-, abría el desfile con paso firme y acompasado y marcha lenta y rotunda de metal y percusión. Y es que la Semana Santa, siempre provechosa de un modo u otro, llegó con sus celebraciones de dolor.

 

     Comenzó con el jubiloso Domingo de Ramos -campanas al vuelo en las parroquias-, aclamando a Jesús como cuando entró en Jerusalén montado en un pollino: cánticos alegres, ¡Hosannas! por doquier y chiquillería bien peinada, vestida de domingo y cimbreando palmas y ramas de olivo en la mañana soleada. La ciudad, como la Jerusalén de aquel tiempo, sigue albergando a los visitantes que acuden con iguales pretextos, que no son otros que el descanso o la diversión o la penitencia o el espectáculo, o una confusión de todos según cada cual. Las casuchas de adobe de entonces son hoy cómodas viviendas de ladrillo y cemento; las tiendas de pellejos encurtidos en las que acampaban los visitantes, confortables caravanas, y las túnicas y velos sobrios y pudorosos han dado paso a las vestimentas de nuestros tiempos, vaporosas, desinhibidoras  y sugestivas por impulso primaveral, de alegres colores todas.

 

Fotografía: José Miguel Aura     El azul intenso del cielo y la luz cálida del sol resplandeciente de abril, enaltecen la fiesta de tan solo la jornada dominguera de ramos y palmas; es flor de un día que se marchita durante el viaje de la Semana de Pasión, que por penoso no todos siguen aunque la conmemoración sea profunda, desde Getsemaní -el huerto de umbrosos olivos con, probablemente, almazara incluida- al Gólgota. El rito está en marcha y el tiempo, primaveral por estas latitudes, parece utilizar su inestabilidad para resaltar con negros nubarrones los días de dolor y con un sol luminoso los de la alegría de resurrección.

 

     Mientras unos celebran otros sufren: no muy lejos de nosotros la naturaleza ha mostrado su letal vigor en forma de violentas sacudidas que engullen sin discriminación vidas y haciendas; y un lenguaraz Primer Ministro ha expuesto su ingenio confortando a los supervivientes, “acomodados” en tiendas de campaña, con la ocurrente, desafortunada y desabrida comparación de que es como pasar un fin de semana en el camping…

 

     El flamante Presidente de los Estados Unidos de América es acogido con complacencia por los dirigentes de allá por donde va, si bien las fuerzas de seguridad y orden público tienen que contener las manifestaciones de hostilidad de los disconformes, anti OTAN y anti USA, y la prensa divulgar manifiestamente su gesto reverencial sorprendente por desacostumbrado, ante un jerarca musulmán.

 

     En la capital de nuestro Reino, después de las cumbres G-20 y de Alianza de Civilizaciones, borrascosas, con el compromiso asumido de aportar un nuevo contingente al erial afgano, se anuncian oficialmente los esperados nombramientos ministeriales para afrontar la crisis, conocidos ya por filtración. Y de inmediato, todos, manos a la obra con entrevistas y acuerdos ejecutivos.

 

     El mundo se mueve ajetreado por la actividad humana, propia de su vitalidad. Encuentros y desencuentros surgen, o resurgen después de su aparente extinción, como el brote fresco y prometedor que nace del leño sin vida aparente que ilustra esta crónica. Es el momento. Así lo anuncia el zurear de las palomas torcaces en la tranquilidad del campo, y el trisar de las golondrinas sobrevolando la procesión en la ciudad, porque la primavera ha llegado.  

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