Índice de Documentos > Boletines > Boletín Julio 2009
 

LA AMISTAD
(por Antonio Aura Ivorra)

    Para quien quiera escucharla, “La Mari”, con el grupo musical “Jarabe de Palo”, interpreta la canción titulada “Déjame vivir”. Seguramente nuestros hijos, y tal vez nuestros nietos, sepan más de este grupo y de su canción que nosotros. Seguro. Pero estos versos que han llegado al papel silenciosos y nítidos, desprovistos de pentagrama, de guitarras y del fragor discotequero con que suelen arroparse ante su público, tienen mensaje; claman libertad:” Déjame vivir. / Libre. / Libre como el aire. / Me enseñaste a volar/ y ahora/ me cortas las alas.”

    Estos versos, sueltos como la libertad que reclaman, son una exigencia a alguien próximo que, al parecer, corresponde con pasión absorbente a la estima que se le profesa. Y es que los afectos desinteresados no son frecuentes. Más bien son escasos. Y como las experiencias vitales suelen confirmarlo –tomo esta canción como ejemplo-, la fe en los demás está en cuestión permanente: fiarse de todos es tan malo como no fiarse de nadie. La sensatez obliga a cierta prevención para evitar situaciones lamentables de servidumbre, porque no son pocos los que imponen o tratan de imponer su voluntad por temperamento y arrogancia, o por riqueza, cargo o posición, abusando de su poder.

    En este mundo convulso que nos toca vivir, donde prima el beneficio económico a costa de comerciar hasta el aburrimiento –está de moda- con la intimidad, que se prostituye sin recato, con la verdad, que se tergiversa a conveniencia, con la difamación, que atenta contra la dignidad de las personas, con el insulto, que irrita, o con la vulgaridad, que degrada, es necesario tomar conciencia del proceso de envilecimiento y relajación en el que incurrimos y actuar en consecuencia. La vulgaridad y la chabacanería fomentan la audiencia que, aletargada, no se percata de su progresivo adocenamiento.

    Sin embargo, y a pesar de este mar de confusión que se difunde sin recato y con beneficio a través de los medios de comunicación (la televisión el más mordaz), recreándolo como espectáculo inocuo, surge en lo privado la amistad, que estrecha las relaciones humanas, rasa a las personas –no hay mayor igualdad- y contribuye a reforzar la organización social. La amistad, “Afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato”, dice el DRAE, no entiende de clases ni de escalafón, ni de edades ni de disimulos. Sí de honestidad, de fidelidad, de liberalidad, de consentimiento, de integridad y de bondad. Y no es fruto de la necesidad ni de la imposición, sino de la virtud. No cabe amistad donde falta virtud. Así lo dicen los clásicos.

    De la semejanza de costumbres nacen las amistades; aunque para el conocimiento recíproco sea necesario conocerse uno mismo en primer lugar, y haberse comido juntos al menos un saco de sal. Fue mi abuela quien me lo dijo en mi infancia y no lo he olvidado. Amigo es aquel que es capaz de corregirte sin afrentar, de obsequiarte sin adular, de escucharte y, aun mostrando disconformidad, aceptarte; amigo es aquel que aun no estando físicamente próximo, se siente cercano. Verdad, confianza, respeto a la autonomía personal y comprensión son reciprocidades que estructuran la amistad.

    Y acabemos como empezamos; retomemos la canción: “Y volver a ser yo mismo/ y que tú vuelvas a ser tú/ libre/ pero a tu manera. / Y volver a ser yo mismo/ y que tú vuelvas a ser tú/ libre/ libre como el aire.”: Un buen deseo de una buena amistad. Sin ataduras ni imposiciones. 

Volver