A menos de 600 kilómetros de la ciudad de los canales, en Roma, en el porche de la Iglesia de Santa María de Cosmedín, a su izquierda, hay otra “boca” peculiar: la Boca de la Verdad, que es una máscara de mármol rosáceo que sirvió en época romana de armadijo de cloaca.
Esta denominación procede de una vieja tradición que asegura que quienes ponen su mano en ella no podrán retirarla si juraran o dijeran falsedades.
Corren varias leyendas sobre su aplicación práctica, probablemente fruto de la imaginación de las gentes, que confirman que la boca se ha cerrado sobre más de una mano.
He pensado que, quizás, pudiérase inventar alguna boca más moderna, ahora que existen tantos avances tecnológicos, y que, uniendo las peculiaridades de ambas, permitieran que a los que denuncian de forma anónima y rastrera auténticas falsedades, se les quedara no ya la mano sino el mismo brazo y algo más, atenazados por afilados dientes.
Probablemente así, los que infectan a los medios de comunicación, a la opinión pública y a la ciudadanía con acusaciones sin fundamento, y sólo auténticas para sus mentes abyectas, quedarían mancos y atrapados.
O, ante el miedo, permanecerían con la boca bien cerrada.
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