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CARLOS NAVARRO RODRIGO
(por Vicente Ramos)

Vicente Ramos


     Nacido en Alicante en 1832, este ilustre político alicantino era, según Emilio Castelar, “moreno casi verdoso como un árabe; de temperamento bélico y disputón, muy dado a escribir y a versificar”.

     Desde muy niño aprendió el alto magisterio del trabajo: “Dios ha decretado/ que al fin sucumba quien vegeta ocioso/ y el triunfo sea del esfuerzo honrado”.

     A lo largo de un laborioso camino de íntegra hombría, Carlos Navarro dejó huellas de poeta elegíaco, ecos de orador político y aciertos de estadista.

     Bajo las contrarias influencias de Espronceda y Campoamor, el alicantino amó “a esa sublime pecadora que se llama palabra humana”; rindió culto a la amistad, personificada en el Abad Penalva, Emilio Castelar  y Leopoldo O´Donnell, y cultivó el periodismo, en cuyo género nos legó una interesantísima crónica de la Guerra de África en 1860.

     Ministro de Fomento en los años 1874 y 1886, utilizó el poder en beneficio de sus semejantes. Recordemos que a él se debió la creación de las Escuelas de Comercio –entre ellas, la de Alicante-, estableció muchos colegios de enseñanza primaria y elevó el nivel social de los maestros de este grado, extendió el amparo estatal a Escuelas Normales y a Institutos de Segunda Enseñanza, concedió premios a obreros y subvencionó a muchas Escuelas de Artes y Oficios, etc.

     Del amor a su tierra nativa da testimonio el poema Adiós a mi pueblo natal  (1851), al que pertenecen estos versos:

          “Que hoy, al dejar el suelo

      en donde acaso por mi bien naciera,
      yo llevo el desconsuelo,
      para sentir más duelo,
      que ya no le veré por vez postrera”.

          “Adiós, patria adorada:
      si este mi augurio, por mi mal, es cierto,
      en ti quede grabada
      la historia desgraciada
      del que tu amor por merecer ha muerto.”

          “Yo juro que al dejarte,
      agradecido el corazón te dejo,
      que al ir a abandonarte,
      el alma se me parte
      cuando yo pienso que de ti me alejo.”

          “De ti, patria querida,
      que madre tierna, mi olvidada cuna,
      de mi niñez, dolida,
      a más de darme vida,
      meciste con amor por mi fortuna.”

          “Adiós: tu hijo querido,
      ser digno quiere de su patria amada;
      pues darte ha pretendido
      un hombre esclarecido,
      o que le guardes tumba retirada”.

     Hijo intelectual de su tiempo, no, por eso, consintió que su espíritu se alejara de las serenas luces de la comprensión y de la ternura. Al contrario, cuanto más intensa era la agonía de aquella sociedad, más fuerte se alzaba la esperanza de su corazón. Humanista por humana superabundancia, Carlos Navarro Rodrigo, fallecido en Madrid en 1903, nos sigue orientando con el hondo saber arquetípico de los elegidos.

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