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             OTOÑO            
(por Antonio Aura Ivorra)


     El reluciente verdor caduco del hayedo dispuesto a hibernar, palidece. Tostado por el sol y agotado por la lluvia y el viento, se sonroja y amarillea avergonzado de su laxitud; el ramaje de la arboleda, que cimbrea con cadencia en sinuoso striptease, se desprende de su ropaje y muestra progresivamente su desnudez: la vestimenta ocre y parda que lo cubría va entrelazándose en tupida alfombra seca y crujiente que ya reviste el suelo. El paisaje es de una belleza polícroma sin igual. Cesan los calores del estío, llegan las lluvias y se transforma la naturaleza. Allá en los pinos, monte arriba, el aire mece sus copas y silba. Alguna fuentecilla extenuada brolla de nuevo y las escorrentías, sonoras y animadas, vivifican el ecosistema. El frescor húmedo y agradable que se apodera del ambiente solicita abrigo e invita al sosiego. El otoño ha llegado.

     La encina y la carrasca mantienen sus hojas y ofrecen sus bellotas encasquetadas; el castaño, con menos atuendo y reseco, nos anima a descubrir envueltos en espinos, como erizos, sus frutos cobrizos, cuya cosecha se celebra en determinadas comarcas con fiestas populares. Nogales, avellanos, kakis, manzanos, granados… ya se muestran dispuestos para la recolección y el suelo, con abundantes y variadas setas, exige los conocimientos y destrezas de los micólogos para cosecharlas y disfrutar con seguridad de sus bondades gastronómicas.

     Mientras la naturaleza cumple su ciclo, el hombre se afana en seguirla: las tonalidades ocres, rojizas y pardas tan armoniosamente dispuestas en el entorno, se pretenden imitar con el violeta, el negro, los grises… el naranja, el rojo y el oro, que componen la paleta de colores propuesta para la temporada por los grandes de la moda. Así lo dictan y esa es la tendencia que se seguirá, una vez presentada en las “glamurosas” (elegantes y sofisticadas) pasarelas de alta costura o “prêt à porter” de aquí o de allá por increíbles modelos –no parecen de este mundo- de andar sinuoso y grácil silueta. El espectáculo es imprescindible.

     Después vendrán los complementos, que no son nada despreciables. Lo demanda la mercadotecnia, que despierta con empeño apetencias de consumo en pasarelas como Cibeles –no en vano es la diosa de la agricultura y de la fecundidad- o 080 Barcelona Fashion, donde algún desfile está inspirado, según informa la prensa, en “el surrealismo de Salvador Dalí, la poesía visual de Joan Brossa y la estética del tarot…”, cóctel explosivo que debe buscar, supongo, la sorpresa y el sobresalto que la naturaleza consigue en ocasiones con tempestades inesperadas. Una manera más de reclamar nuestra atención. La “explotación del éxito” se divulgará en prensa, radio y muy especialmente en televisión, mostrando los detalles del evento, la belleza de las modelos y la inmensa satisfacción de los diseñadores por el triunfo alcanzado.

     Y seguidamente, impulsados por “semanas fantásticas”, “días de oro” o cualquier otro reclamo para “vestir fashion”, habrá que visitar las boutiques, los grandes almacenes o, si se tercia, los hipermercados y algún mercadillo callejero, según bolsillo, y arroparse con las texturas y colores del momento, cálidos como el rojo pasional, el naranja vigorizante o como el amarillo, que fascina… Hay que hacerlo para evidenciar que se está al día disfrutando con la compra, aunque, ya todos uniformados en aparente libre determinación, habrá que preparar nueva indumentaria sin descuido –no sea que las existencias se agoten- porque el otoño empieza a confundirse en apretado abrazo con el frio invernal.

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