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Gaspar Llorca Sellés

EL TRIO
EL HOMBRE, EL PERRO Y LA BOTA
(por Gaspar Llorca Sellés)


     A la sombra de un algarrobo el hombre y su perro en conversación sorda pero entendible. El hombre le ofrece la bota de vino a su compañero para que beba. El perro no contesta: ¡Tú no quieres! pues para mí, replica, y así una y muchas de veces mientras el pellejo se va deshinchando y vaciando. El hombre queda tendido en el suelo lleno de vino y murmullos; la borrachera oculta y solitaria lo deja seco.

     El perro lo contempla con cariño y se pregunta ¿qué soñará? Pero cultivado por las experiencias de sus predecesores, sigue pensando en su dueño y amigo, aquel que se remueve y suspira. El can se le acerca más con intención de ser almohada donde reclinase la testa de su amo. ¿Qué imagen recibirán sus neuronas que le obligan a un rictus, casi una sonrisa?, se pregunta. Y sigue meditando: tantos años juntos, con costumbres y ambiciones hermanas, los dos en uno, y continúo sin poder leer sus pensamientos. Y continúa divagando e hilvanando, aunque sus pensamientos como las olas del mar, van y vienen y nunca se quedan. No ceja de mirarlo, tendido en el suelo, moviendo el rabo como molinillo mientras que de su boca entreabierta cuelga la lengua húmeda y llena de admiración.

     Volvemos a casa como siempre: de vacío; cartuchos sacados y devueltos a la canana; y ante su mujer me culpa de mi inoperancia. ¿Por qué no lo abandonas? Una vez más y sin poderme acostumbrar, un escalofrío me  recorre todo el cuerpo al grito insoportable de la mujer que amenaza: ¡Tú y el perro hacéis la misma peste!, estás  borracho y siempre que vengáis así os acostaréis juntos, ¡fuera de aquí! Os odio, y ya estás escogiendo: el perro o yo, la caza o yo, el vino o yo. Me viene a la cabeza cuando sonrió adormilado bajo el algarrobo, seguro que sus visiones, que le balanceaban felicidad, no eran estas ¿cuáles serían? Soñaría con riquezas, con criados, con otra esposa y seguro que con otro perro ¡Traidor! Su mejor amigo, su compañero, que doy la vida por él si se presenta, y me abandona y sonreía, será...

     No puedo más y lanzo un ladrido desesperado y me viene y me pega, me insulta, me llama de todo con palabras soeces, me desprecia; No lo deseo pero no me queda más remedio que marcharme, alejarme de aquel lugar, pero adónde voy, a quién me reclamo, no conozco a nadie; viviré por mí mismo, hago la prueba y me lanzo por el mundo. Me acerco a una casa vecina y un congénere mío me ladra con amenazas, salgo corriendo salvado un cantal que me lanza su amo. La vida no va a ser fácil. No quiero amos, todos son unos verdugos, negreros y falsos.

     Vagó por las ciudades y pueblos, los compañeros de raza no lo querían temerosos de que les robase el aprecio de sus dueños. Por montes y valles, poco sustento conseguía. Al final la seguridad social canina le ofrecía los estercoleros; sucio y andrajoso; en un montón de piel y huesos se había convertido. Eso sí, ahora era un verdadero filósofo y pensador, libre, sin depender de nadie, a nada temía y nada esperaba, se acostumbró a vivir con poco y entendía y escuchaba las almas humanas ¡qué lamentables les parecía!

     Su antiguo amo fue un afortunado con aquel alma martirizada y que la gente del lugar despreciaba, pensaba. Quiso amor pero nunca lo pidió, por cobardía o por dignidad. Buscó en el vino el delirio de saberse hombre de verdad, de ser escuchado, comprendido y amado, reflexionaba. En su nuevo vaguear descubrió pensamientos maliciosos, pobres envidias, engaños y burlas, egoísmo, mucho egoísmo, conceptos de los que nunca tuvo conocimiento; su amo nunca los alimentó. Y por su timidez fue despreciado ¿por qué? ¿Qué era aquello que reina en hombres próceres y cultos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, que todos respetan y admiten, y sin embargo no caben en almas cándidas y mansas, a las que desahucia la sociedad? ¿quién comprende a la humanidad, al ser racional? ¿dónde está la razón?

     Y escapó de la civilización y se fue en busca de recuerdos, de aquellos tiempos cuando no sabía nada, cuando su cultura era lo que veía, cuando tenía un solo consultor e ídolo y arrastrándose sin poder correr se fue por senderos solidarios por donde los pájaros lo saludaban, las ardillas temerosas pero alegres le gritaban dándole la bienvenida, y en donde no había niños que le arrojasen piedras.

     ¿Por qué aprendí a leer en los humanos? ¿Quien me castigó con esta locura?; y tras mucho andar y reflexionar llegó a un monte conocido. Su corazón latió con ímpetu y sus miembros se atrevieron a moverse con agilidad para que olfatease recuerdos y vivencias que le hacían lanzar aullidos de pena y gloria. Buscó y rebuscó y allá tras aquella cima sobresalía el copo de un algarrobo,-¿Será él?, se preguntaba; y con más corazón que fuerzas corrió. Y elevando sus ojos al cielo en plegaria canina daba gracias a Dios por concederle tanta dicha: bajo el algarrobo yacía el amo sin perro alguno y con la bota cerca de su mano. Ladró y ladró, corrió y corrió y sin pensarlo se arrojó a los brazos del cariño de su vida, que lo abrazaba y hasta lo besó, rodaron los dos cogidos y la misma bota parecía que se movía de saltos de alegría. Lloró el hombre ante el aspecto lastimero de su compañero, saco del morral pan y sardinas, que era su comida, y le obligó a comérselo todo y a beberse un buen trago de vino: Nunca un mosto tan modesto fue partícipe en acto tan noble de actores tan simples con almas tan afines: el hombre, el perro y la bota.

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