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MITOS Y LEYENDAS

JAIME EL BARBUT
(por Kiko Díaz - guía oficial)


     En el siglo XIX el bandolerismo tuvo su máximo apogeo. Muchas veces, la imagen del bandolero nos ha llegado muy degradada. Tal vez habría que diferenciar entre bandidos y bandoleros. Realmente muchos de ellos eran gente de bien, lo que ocurría es que la ley escrita que existía entonces, no siempre democrática, no la hacían suya. Ellos tenían sus propias normas y leyes de honor. Habría de todo, aunque por lo general eran personas que ayudaban a los más pobres; recuerdo figuras como Luis Candelas, El Tempranillo, Diego Corriente… y un bandolero más cercano a nuestra tierra, “Jayme el Barbut”. En su partida de nacimiento y documentación de la época, el nombre está escrito así, “Jayme”.

     Jaime nació en Crevillente, el 27 de octubre de 1.783. Desde pequeño se dedicó a cuidar de las ovejas por las montañas de la zona, lo que le sirvió para conocer muy bien todos los caminos, senderos, cuevas, rincones… que existían. Conocía la sierra como la palma de su mano, y según cuentan las crónicas, “era más listo que el hambre”. Cuando cumplió los 25 años, dejó el rebaño y el monte para vivir en Catral, donde se casó y tuvo dos hijos. Encontró trabajo en una finca, dedicándose principalmente al cultivo de la uva.

     En aquella época ya era famoso un bandido de la zona, “El Zurdo”. Era el jefe de un grupo de bandidos que robaba sin piedad. Cuentan de ellos que eran despiadados y robaban arrasando todo lo que se encontraban a su paso, haciendo daño a todo el que se ponía por delante. Un día, El Zurdo intentó robar en una de las fincas donde trabajaba Jaime, pero éste le opuso resistencia y tras una lucha entre ambos El Zurdo cayó muerto de un trabucazo en el pecho. Los hombres del Zurdo buscaron vengarse de la muerte de su jefe, por lo que Jaime tuvo que salir huyendo de Catral, por la noche, con su familia. Aquí comenzó la vida de Jaime, el bandolero.

Jaime el barbut     Marchó a la Vega Baja, donde dejó a sus hijos y esposa a salvo en casa de un familiar. Él se echó rápidamente al monte para refugiarse en la sierra de Abanilla, donde conocía bien los caminos y escondites. El paso del tiempo hizo que con su abandonado afeitar se le conociera con el sobrenombre del “El Barbudo”. Se dedicó a robar a los que más tenían, y parte del botín lo repartía con los pobres y más necesitados. Cuentan que, incluso, cuando alguna pareja joven quería casarse y no tenía dinero, acudía a Jaime, quien ofrecía dote a la mujer; y cuando la boda se estaba celebrando él aparecía para bailar con la novia y salir entre los aplausos de los asistentes. Su nombre entonces comenzó a correr de boca en boca y fueron juntándose hombres que le seguían, y dicen que llegó a reunir una banda de hasta doscientos. Llegó a ser conocido y respetado en toda la costa mediterránea.

     Jaime el Barbudo era muy religioso. Quienes han escrito sobre él dicen que llevaba medallas, escapularios, asistía a misa cuando podía, hacía rezar el rosario a los suyos cuando cometían alguna fechoría, y que era muy devoto de la Virgen del Carmen y de San Cayetano.

     Entre los años 1.808 y 1.814 nuestro país sufrió la invasión napoleónica. Jaime luchó contra los franceses por tierras murcianas. Así comenzó una cierta implicación política de sus acciones y gracias a este hecho fue absuelto de sus deudas contraídas con la justicia y retornó a la vida civil. Pero esa promesa de indulto que le vino por el rey Fernando VII no fue cumplida, acabando en traición hacia Jaime. Es entonces cuando lo apresan y se lo llevan a Murcia. En la Plaza de Santo Domingo habían instalado dos cadalsos o tablados para ejecutar la pena de muerte, uno con el garrote y el otro con la horca. Terminar la vida de un ajusticiado en el garrote era denigrante para dicho ajusticiado, pero que te condenasen a la horca era lo más humillante. A Jaime lo ajusticiaron el 15 de julio de 1.824 en la horca.

     Para que el pueblo lo desmitificara y dejara de verlo como un héroe, su cuerpo fue descuartizado. Cada una de las partes fue metida en jaulas de hierro para posteriormente ser colgadas en las plazas, bien visibles, de los pueblos de la zona. Su cabeza fue expuesta en Crevillente, una mano en Hellín, un pie en Sax… también sus restos se repartieron por Fortuna, Abanilla y Jumilla. Después, estos restos los echaron a la hoguera.

     Jaime el Barbudo, a pesar de los errores que seguro cometió, fue ante todo un hombre noble, cabal y generoso, fiel a sus principios, que siempre defendió valientemente.

     Hay zonas en las provincias de Murcia y Alicante en donde existe el recuerdo de Jaime el Barbudo. En el término municipal de Jumilla existe un camino medieval muy interesante, que se llamaba en aquella época El Camino Real de los Ginetes a Granada (y Ginetes con G), recorrido por caballeros templarios, comerciantes… y posteriormente por bandoleros. En este camino, y no es el único, todavía se pueden encontrar cuevas escondidas entre los picos y crestas de las montañas donde estuvo Jaime… pero eso ya es otra historia.

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