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REFLEXIONES SOBRE EL LENGUAJE POPULAR
(por Gaspar Pérez Albert)


     Desde hace aproximadamente unas tres décadas, las gentes, sobre todo las generaciones más jóvenes, utilizan en su lenguaje coloquial expresiones nuevas, de infrecuente uso, tal vez no utilizadas hasta ahora  y otras puede que hasta inventadas. Creo que ello es debido en gran parte al imparable progreso que estamos viviendo en los últimos tiempos, con la  aparición de nuevos inventos, técnicas y procesos en todos los órdenes de la vida, que generan, forzosamente, la aparición de palabras y frases completamente nuevas, necesarias para su explicación y correcto desenvolvimiento. Pero sobre todo el principal motor de este cambio en el lenguaje ha sido, sin duda, la liberalización del pensamiento y la libertad de expresión, que llevan consigo los nuevos tiempos de esta época democrática en que vivimos.

    Existen numerosísimos ejemplos de cuanto digo. Tantos, que algunos los ven como una revolución del habla popular, sobre todo por parte de los más jóvenes, visión que pudiera ser cierta si fuera exclusivamente de la juventud, puesto que  las revoluciones son obra casi siempre de gente joven; pero considero que es más una consecuencia, como antes he dicho, de la evolución de los tiempos. Y es un caso que se ha dado antes en diversas épocas de nuestra historia. No soy ningún erudito ni experto en  cuestiones lingüísticas, pero me llaman la atención algunos de estos cambios, como los que citaré a continuación:

     En primer lugar, veo un cambio en el uso de los verbos. Y así podría citar los verbos “defraudar” o “fracasar”, que en boca de muchos, sobre todo políticos, cuando quieren suavizar su significado, los cambian por “dejar que desear”.  Asimismo, y cuando lo que se dice parece fantástico o irreal, se aplica a la actitud del que habla el verbo “flipar” o “alucinar”. Actualmente, en la calle y sobre todo en ciertos medios de comunicación audiovisuales, está de moda usar el verbo “ningunear”, que sustituye en muchas ocasiones a los verbos ignorar, desmerecer o menospreciar. También los verbos precipitar o acelerar son cambiados con frecuencia por “dar caña”. Igualmente los verbos carecer y/o desear  parecen entenderse mejor utilizando  la expresión “tener el mono”.

     Muchas nuevas palabras, inventadas o no, pretenden ser homónimas de las que antes se utilizaban. Al padre o la madre se les llama “tío” y “tía”. A los extranjeros, “guiris”.  Al trabajo, “curro” y, lógicamente, al trabajador, “currante”. A la abundancia o buen montón, “mogollón”, y si hay algo de difícil solución,  dicen que “está chungo”. Cuando hay algo que funciona bien, está “fetén”. Para preguntar ¿qué es lo que haces?, suelen hacerlo diciendo ¿tú de qué vas? Si a alguien le caes bien, dirá que eres “guay”. Y si además eres de su gusto, te dirá incluso que “molas”. Hacer o fabricar cosas a velocidad pasmosa, es hacerlas “por un tubo”. Si te comportas de forma absurda o incoherente te llamarán “capullo”. Si no eres capaz ni de la más mínima hazaña, te apodarán “pringao”. Cuando alguna cosa, objeto, hecho, espectáculo, etc. gusta mucho, dicen que es “una pasada”. Y circular a pie o en cualquier vehículo velozmente, es ir “a todo trapo”, “a toda pastilla”, “a toda leche” o “a todo gas”.

     En ciertos ambientes marginales, como los de la droga o la delincuencia, se utilizan palabras, la mayoría inventadas, como puede ser “talego”, que puede significar la cárcel o un billete de mil pesetas. “Camello” o “caballo”, no sirven, en este caso, como nombres de animales. “Madero” es un agente de la Policía y “picoleto” de la Guardia Civil. Estas nuevas definiciones, también son utilizadas, o por lo menos entendidas por la mayoría en general, sobre todo de los jóvenes.

     Existen algunas nuevas expresiones que rayan en la grosería o el mal gusto, como cuando algo no les afecta. Entonces dicen que “se la suda”. Igualmente, cuando hay que solucionar algún problema más o menos delicado afirman que “hay que comerse el marrón”. Y, en la misma línea, cuando algo, de la índole  que sea, gusta bastante,  se  dice que “está de puta madre”. A ello podríamos añadir los numerosos “tacos” o palabras malsonantes que solemos soltar como si tal cosa.

     Dejo como ejemplo final la palabra “venga” utilizada para intentar finalizar una conversación, ya sea personal o telefónica. Me resulta extraña porque parece que con dicha palabra estemos apremiando al interlocutor a seguir, con más vehemencia y rapidez si cabe, la conversación que estamos manteniendo, es decir, todo lo contrario a lo que pretendemos pronunciando tal palabra.

     Existen, con toda seguridad, más ejemplos sobre el tema. Basta con salir a la calle y escuchar lo que dice la gente para darnos cuenta inmediatamente. Y me parece que esta situación se va normalizando y que ya no tiene vuelta atrás. Repito que lo considero una consecuencia de la evolución de los tiempos. No obstante, no dejo de reflexionar sobre el tema y me pregunto repetidas veces ¿por qué?, hasta el punto de haberlo dejado reflejado en dos trabajos sin publicar que me atreví a escribir en verso, inspirándome, entre otras muchas, en estas reflexiones.                      

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