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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

FILONES INTELECTUALES Y EMOCIONALES


     Ya ha recomenzado de nuevo el iniciado curso, que suele poner un poco de orden en nuestras vidas. En eso pensaba el otro día recordando la inauguración de la temporada de conciertos, ya que todo empezar debe tener una cierta dosis de cercanía y proximidad. Lo que nos parece o suena a extraño, en principio, nos aleja un poco. Y reflexionaba en ello al ver que en la programación del primer día no te ponían música compleja, ni abstracta ni siquiera lacontemporánea”, que tantos años ha estado ligada a Alicante a pesar de que suelen ir cuatro personitas entendidas más otras cuatro que quieren aprender, más otras cuatro que deseamos curiosearla intencionadamente aunque casi nunca sacamos conclusiones definitivas por el prurito de que no se nos vean las dudas. El resto que llena (es un decir) el teatro, el auditorio, la sala de conciertos o el templo cuando también se utiliza, lo completan los propios intérpretes y acompañantes. Este festival tiene la ventaja de que normalmente tienes delante al compositor, quien pone el énfasis en el instante preciso y es el primer comunicador. ¿Quién no ha soñado o imaginado cómo dirigirían sus estrenos Beethoven, Mahler, Schönberg, Bruckner, Wagner…? Eso no tiene precio; pero no le quita mérito al intérprete que se ha empapado hasta los tuétanos de la sensibilidad del autor. Lo que se reclama es ver en escena a músicos entusiastas, interpretando repertorios de siempre. Por conocido o no que parezca el programa, qué importante es despertar expectación.

     Y es que este primer prospecto nos anunciaba, para empezar curso y reencontrarnos, la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart, que es algo así como alguien de la familiaque a lo mejor llevas un tiempo sin ver. A mí me ilusiona, aunque suene a ingenuidad, eso que dicen los chavales cuando empieza el curso escolar: que tienen ganas de ir porque les gusta y desean ver a sus amigos pues con ellos comparten las mismas cosas. La pieza musical anunciada podría muy bien reunir esos requisitos, aunque lo más normal sería abrir boca con ella. Y no fue así, la directora de la Orquesta de Cámara de Berlín, la puso al final porque quería que nos fuéramos a casa con un “buen sabor de boca”, ya que la Pequeña Serenata es un auténtico filón (entendido como cosa de la que se obtiene mucho provecho). Según el libreto que se nos entregó, tan bella y espléndida pieza musical, tan supuestamente dicharachera en todos sus movimientos, no se sabe muy bien por qué la compuso Mozart si aquel fue un año (1787) muy convulso para él, pues prácticamente dejó la vida de trabajo y diversión que llevaba en Salzburgo para trasladarse a la cosmopolita Viena, en mayo murió su padre y dejó de tener correspondencia con su hermana Nannerl a quien quería mucho y, a la vez, parece ser que se refugió en nuevas experiencias de fraternidad masónica. Todo un “cacao” mental como diríamos hoy, que tiene poco de divertido.

     A estas alturas, los biógrafos no se han puesto aún de acuerdo teniendo en cuenta lo pizpireta que es la Serenata. Un reconocido crítico se aventura a decir si acaso no se resolverían las dudas suponiendo que Mozart la escribiera para sí mismo, para satisfacer una necesidad interior. Esta teoría da que pensar muy seriamente: solemos dejarnos llevar por nuestro estado de ánimo para decir contundentemente que nos gusta esto o lo otro, pero es infrecuente que pensemos en el momento de la gestación del creativo, ya que un músico, un escritor, un pintor, un diseñador de moda o cualquiera que plasme una obra, sin querer o queriendo está poniendo en ella no sólo unos conocimientos aprendidos, bien esquematizados si quieres, y con un toque personal que ayuda a adivinar la fuente artística, la procedencia, el sello de garantía; además de unas emociones, íntimas, que le están embargando en esos momentos y, por lo tanto, están poniendo a la vista alegrías y tristezas, estados por los que está pasando su alma, quién sabe si impavidez, desmoralización, despecho, osadía, abatimiento; o alborozo, desenfado, diversión, entusiasmo…, aunque sean pasajeros. Como ejemplo, y muy actual, la escritora Isabel Allende, que ha contado en ocasiones que ha tenido épocas en que no podía escribir, nos ha dicho en una entrevista que “todos somos supervivientes” (“algo” nos marcó); “que podamos reírnos y amar habla de la maravilla que es la fortaleza humana”. Pensémoslo al enjuiciar una obra o un simple escrito.

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