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LA VIDA NO TIENE POR

QUÉ RESULTARNOS FÁCIL

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


     Cada uno de nosotros tiene en sí mismo la posibilidad de impulsar su propio desarrollo, y si decide obedecer a ese impulso, lucha solo contra su propia resistencia, la pereza. Además, cuando evolucionamos como individuos, también propiciamos el desarrollo de la sociedad. Por lo tanto, en algunos aspectos, debemos felicitarnos por haber favorecido el progreso experimentado por nuestra sociedad, gracias a la decisión de impulsar nuestro desarrollo individual sin pereza alguna. No obstante, estamos viendo ahora en todas partes guerras, corrupción, escándalos y contaminación, lamentables secuelas de un compelido retroceso evolutivo individual en lo moral y espiritual, propio y característico de toda sociedad hedonista. 

  

     Un examen acerca de los cuidados que dábamos a los niños de los años setenta empezaba señalando que: “El derecho romano daba al padre el poder absoluto sobre sus hijos, a los que podía vender o condenar a muerte con total impunidad. Este concepto del poder absoluto pasó al derecho inglés, donde prevaleció hasta el siglo XIV sin cambios apreciables. Era habitual enviar a los niños, a partir de los siete años, a servir o a realizar actividades de aprendizaje, en las que la formación era un aspecto secundario y lo que primaba era el trabajo que se realizaba. El niño y el sirviente no se distinguían en cuanto al modo en que eran tratados, […] Hubo que esperar hasta el siglo XVI para que el niño empezara a ser considerado como una persona que merecía un interés especial, sobre todo en cuanto se refiere a su desarrollo y al afecto que debía dársele”.

  

     Resulta evidente que cuando impulsamos ese desarrollo, lo hacemos porque estamos empeñados en ello por el hecho de amarnos a nosotros mismos. Es decir, logramos nuestra elevación personal a través del amor que sentimos por nosotros mismos, y, ciertamente, a través del amor hacia los demás contribuimos a su engrandecimiento como seres humanos. La fuerza evolutiva, indispensable para cualquier manifestación de vida, en el género humano se presenta en forma de amor. Pero ¿de dónde procede el amor? Considerando ese amor como la voluntad de extender los propios límites con el fin de impulsar el desarrollo espiritual propio y ajeno, ¿de dónde procede? ¿De dónde proviene esa vigorosa fuerza que impulsa el desarrollo espiritual de los seres humanos?

  

     Creo que nadie lo sabe. Sea por pereza o por comodidad, preferimos acogernos a un vacío teórico. ¿Por qué, si no, renunciamos a meditar profundamente?: Ya que la ciencia admite que nuestra progresiva evolución individual se produce a través de sucesivas encarnaciones, admitamos hipotéticamente que la sabiduría acumulada en anteriores encarnaciones puede ser mejor aprovechada en la actual. Es verdad que, al morir, todo el cuerpo desaparece, pero la conciencia, no. La conciencia es intemporal, ni nace ni muere; es inteligencia, es espíritu, sabiduría acumulada y a nuestra disposición, mediante el esfuerzo apropiado que, en realidad, no deja de ser más que una manera de recordar. Y así, una tras otra encarnación, hasta conseguir que comprendamos de dónde viene el amor.

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