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Gaspar Llorca Sellés

EL MILICIANO
(por Gaspar Llorca Sellés)


     El soldado Vicente avanza fusil en ristre algo alejado de sus compañeros. Las balas silban a su alrededor; al frente, no muy lejos, se distingue la trinchera enemiga. El campo ha sido abatido por los obuses de ambos lados, en un momento su instinto le hace dar un salto y cae refugiado en uno de aquellos socavones; palpa y se estremece al tacto de un cuerpo aun caliente, y, rápido, machete en mano, ve la cara del enemigo, su mirada le asusta, es pétrea, eterna, sin vida. Ya no hay que matarlo; aquel falangista ha pagado su maldad, todos los de su calaña debían estar muertos como éste con su bigote chulesco y despreciable. Limpiaremos a España de esta gente canallesca y beata que nos ha dominado y explotado toda la vida. Sus pensamientos van más lejos, entre un hervor de odios y rencores, consecuentes del hambre y la ausencia de porvenir, de la longeva miseria. La mezcla de todo ello con el miedo no le deja recapacitar y el miedo, el mucho miedo, le empuja y salta fuera de aquel agujero, y señalando con el índice al muerto, grita, blasfema y en su estado cataléptico alza los brazos hacia el cielo con renuncia a todo lo divino y humano. Un resplandor ciega su visión y el estampido de un trueno lo atonta y lo levanta en el aire e inconsciente cae de nuevo sobre el muerto. Postura que no altera encontrándose en una placidez casi beatifica, que le conmueve. El combate no cesa, se redoblaban las explosiones, él  sigue  cogido al  cuerpo sin  vida del enemigo, del falangista, de aquel que intentó matarle y matarnos a todos los rojos y en un arrebato se separa de él y con la cara escondida bajo un macuto del maldito nacional, empieza a llorar.

Miliciano abatido     Se percibe el ocaso que preludia una noche rasa de nubes, y la luna llena devuelve la luz recibida del sol que en vez de calentar enfría el cuerpo y el alma. -Me voy a morir de frío, no lo resisto y compañero voy a ser de este mal nacido, iba a exclamar ¡Dios! ¿qué dios y que puñetas? Si el único que conozco es amigo de esos canallas. No  sé a quién aclamarme ¿A la Pasionaria? No, no es mi tipo, mira esa sí, la que lleva la bandera de la república que la tía está como un tren y lleva una teta al aire, esa nos quiere. Los pensamientos no logran mitigar el dolor del frío que como agujas se le clavan en todo el cuerpo.

     ¡Imbécil de mí, seré estúpido! Menudas botas lleva el tío, y la guerrera y los pantalones; es la ostia, siempre igual, yo con alpargatas, los pantalones rotos y una camisa y, esto no cambia, tener que darle las gracias al hijo de...y desnudando al muerto se cala ropa y botas y el frío desaparece gracias al enemigo.

     ¡Alto el fuego! Se oye no muy lejos. -¿Quién lo ordena, los míos o el enemigo? Es la misma lengua para todos, ese castellano que nos une, según el maestro, ¿Cómo que nos une, si nos odiamos? Soy valenciano y hablaré mi lengua, basta ya de tanto castellanismo. Su mente con tanta reflexión le abstrae de lo que está pasando a su alrededor, la sangre le chorrea por la cara y un gran cansancio le vence y queda dormido en aquella hondura. Al despertar se encuentra que le portan en camilla a través de hoyos, piedras rotas y árboles caídos y quemados. Y patriótico lanza un grito con todas sus fuerzas ¡Viva la Republica! Y zas, se ve en el suelo, lo han abocado de la camilla, y que se van y que él se desangra, ¡socorro! No me dejéis, se da cuenta que lleva la cabeza vendada y sus piernas no le obedecen, por favor y por Dios, el dios retumba en el mismo campo y milagro, ese Dios hace volverse a los camilleros que lo recogieron con las piernas sangrando, estando sin conocimiento, era un falangista herido, su uniforme lo decía, y el pobre ha perdido el norte y se siente débil, y la luz de la vida parece que se aleja.

     Llevado a la retaguardia una luz ilumina su turbia cabeza, está en manos de los nacionales; rápido, cuando lo dejan un momento solo hace un hoyo y esconde su documentación que la cambia por la del falangista muerto: Roberto Castellano Cienfuegos, natural de Burgos, de 20 años,  y  con esos datos  es registrado.

     En la cama del hospital donde ha ido a parar, es atendido por una joven enfermera guapa y simpática, que además se preocupa por él, cosa que por completo desconocía y no tiene más remedio de fingir que ha perdido parte de la memoria ya que de su pueblo natal no se acuerda, su castellano no es burgalés, y farfulla de haber vivido en el levante español parte de su infancia. La enfermera le reza y pide por él al Altísimo y el miliciano siente una sensación agradable, todas las tardes espera el momento del rezo, es música aquellas palabras que aureolan la cara de Asunta, la enfermera. Su estado empeora y aquella delicada mano le seca el sudor, le pone el caldo a su boca, lo arregla, lo mima  y él ya no siente odios, ni quiere cambiar el mundo y  en aquel estupor desea que estos momentos se prolonguen hasta el infinito.

     Pasó la frontera que separa el otro mundo con identidad prestada y su fallecimiento fue comunicado a los padres del falangista en Burgos: Su hijo, Roberto Castellano, caído en combate, luchando heroicamente por España..

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