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HOMBRE NUEVO A EXPENSAS DE SU PERSONALIDAD

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


Sin necesidad de choque emocional alguno, una persona puede efectuar cualquier cambio de ser en sí mismo siempre que lo haga en el espíritu de su propia belleza y a través de alguna clase de deleite, de algún sentimiento de alegría o placer o de algún afecto o deseo legítimo que le mueva. Pero, si uno es negativo, su lado emocional se halla en estado de confusión, como atemorizado u obligado o en contra de su voluntad y, entonces, no consigue ese estado.

Toda negación del valor de la vida por sí misma es una negación del mundo del pensamiento humano, y constituye por tanto una negación del auténtico cimiento no sólo de la ciencia sino también de la religión. Por lo visto, hay una única enseñanza que no está en lo que podamos leer, sino que surge de nuestro interior inesperadamente. Parece como si, aproximándonos a las fuentes interiores de nuestra conducta, la ciencia dejara de tener la última palabra. A menudo, un simple hecho tiene mucho más significado para un ser humano que toda la sabiduría del mundo junta.

Decíamos en el Boletín de Enero, que cada cual tiene en sí mismo la posibilidad de impulsar su propio desarrollo. Pero la gente cree (y la gente somos todos) que el crecimiento y el desarrollo es algo continuo o que debería de serlo, pero no es así. Visionemos el transcurso de nuestra vida sobre un diagrama horizontal dividido en tres etapas: la niñez, intervalo instructivo-laboral y la jubilación. En cada una de ellas impulsamos nuestro desarrollo de diferente modo.

El camino hacia el futuro siempre empieza en el presente. En este momento todos los jubilados estamos en el último tramo, y no podemos considerar nuestro propio futuro pura y exclusivamente desde el punto de vista causal, tal como hacíamos antes. De manera que, ahora, lo que resulte apropiado para el propio ser lo será también para la propia conducta en el futuro. Lógicamente, el dictado del deber seguirá siendo nuestro principio orientador, pero la inteligencia deberá ceder el puesto al carácter, y el conocimiento científico a la fe religiosa.

Del rastreo de mi niñez, destaco la necesidad que sentía de dejar de ser un niñato para llegar a ser algo diferente de mí mismo. En segundo lugar, pienso que el desarrollo de la personalidad fue meramente otra etapa de mi vida, pero una etapa absolutamente necesaria hacia un nuevo estado de ser, un conjunto de habilidades (personalidad) que ahora veo como verdadera riqueza todavía aprovechable por su poder germinador. Es comparable a una semilla que ha formado en su crecimiento y en torno de sí suficiente alimento (cotiledones) para el eventual desarrollo del embrión. Es decir, la personalidad fue enriqueciéndose en torno de una adormilada esencia (aquello por lo cual uno es lo que es), y ahora tiene que morir la personalidad para que la esencia crezca. Lo cual es posible, por mucho que enriquecer la personalidad nos siga atrayendo. Rechacémosla, porque de tal determinación depende que en la tercera etapa (jubilación) consigamos acercarnos a la compleción. ¿Será así el “hombre nuevo” de los Evangelios, que vende cuanto tiene (su personalidad) y lo da a los pobres (esencia)?

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