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LA ABOGADA
     (por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles


     Nos encontrábamos en la puerta de los Juzgados. Estábamos citados a las 11.00h. para un juicio, cuando mi abogado me dijo:

 

     - Aquella chica que viene por allá es la letrada de la parte contraria…-. Para los no profesionales, los juicios suelen tener mucho morbo, así que la acribillé con la mirada, en un ataque de curiosidad.

 

     Buena estatura, la barbilla alta, caminaba resuelta, con ese difícil equilibrio entre la coquetería y la indiferencia, tenía una melenita oscura un poco loca, vestía bien, ropita buena, seguramente de firma, pero sin estridencias, con su puntito de clase. Era ese tipo de mujer que “sabe” ignorar que la están la mirando. Cuando pasó por nuestro lado, desplegó una sonrisa dulce y saludó a mi abogado: “Javiiii… buenos días”, a mí me regaló una mirada de trámite. Yo no le quitaba ojo. Llevaba una carpeta, con los documentos, apoyada en el pechito derecho, (muy universitaria), en la otra mano el móvil, botas negras de caña y medio tacón, labios sutilmente remarcados y los glúteos perfectamente  empaquetados en una falda de lana gris con dibujo de espiguilla. Un poco pija.

 

     Yo, que odio los pleitos, entre mí, pensé: “Parece una dulzura de mujer, con una chica así podríamos llegar a un acuerdo”. Pero estaba escrito que esa mañana iba yo a conocer facetas nuevas y sorprendentes del ser humano.

 

     Ya en la vista, la chica se había transformado, la toga de letrada le anulaba todo atisbo de feminidad, con los dedos trataba de situarse la costura del hombro, ahora apenas se le notaba el perfil remarcado de los labios, llevaba unas gafas de notario y se había recogido la melena en una coleta, una palmerita que se le movía nerviosa en la nuca. El pelo recogido parecía afilarle más la nariz. (Yo me figuraba por su ímpetu a esos luchadores de sumo que antes de entrar en el tatami se recogen el pelo en una colita pequeña. Físicamente, con aquel ropón y el pelo recogido se parecía a una tía mía cuando fregaba los azulejos del baño con “Baldosinín”). Es un misterio de la naturaleza que pueda darse tanta transformación en un mismo ser humano.

 

     La voz dulce había pasado a ser protocolaria y fría, los argumentos contundentes, la exposición precisa y convincente.

   

     - Señoría… Estamos en absoluto desacuerdo con la parte demandante y es evidente que nos hallamos ante una argucia mal planteada con el ánimo y objeto de obtener un beneficio eludiendo sus responsabilidades y obligaciones…- sus dedos brincaban hábilmente en el mazo de papeles buscando unas pegatinas verdes, donde se hallaba tal o cual documento, tal o cual argumento - “…y según dejamos expuesto en el punto cuarto que hace referencia al mismo punto de la parte demandante…”

 

     Hizo preguntas secas y concisas a mí y a los testigos, hizo referencia a Jurisprudencia anterior que avalaba cumplidamente su defensa y manifestó que yo obraba con “manifiesta temeridad y mala fe…”  Y naturalmente solicitó de la señoría que se me condenara en costas. Y todo tan en su punto que cuando terminó su exposición yo era presa de un temor “jurídico” y una tormenta interior que me producía vértigo y mareo.

 

     A la salida de la Sala de Vistas, hecho ya su trabajo, se detuvo un momento en la puerta, miró su reloj, dió un par de mejillazos a la procuradora que la acompañaba, le había vuelto su sonrisa natural, había vuelto la chica de antes, se despidió de mi abogado “Javi…nos vemos, vale, yo te llamo, chao…”   y con un certero y sensual movimiento de su mano, se dejó libre la melena que agitó como una yegua joven. Volvía la mujer. Y yo que estaba a su lado no pude reprimirme y le dije:

 

     - ¡Lo bien que le sienta a Vd. la melenita…!-  Ella desvió la mirada con hostilidad y siguió su camino, llevándose el móvil a la oreja, la toga parecía una vela negra ahuecada por el viento en mitad del ancho pasillo. Una mujer dulce. Una luchadora de la ley.

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