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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

EQUILIBRAR VICTORIAS Y DERROTAS


     De unos años a esta parte está siendo cada vez más importante el papel gestor de los entrenadores deportivos, en cualquiera de las modalidades o especialidades, si bien los que más destacan son los que se dedican al deporte monarca, que como todo el mundo sabe, y dice (como también muestran las estadísticas y las cifras astronómicas que se barajan como auténticos negocios de riesgo, dureza y azar), es el fútbol. Lo puede usted ver prácticamente cada semana, o al menos ante cada compromiso delicado por el que tenga que enfrentarse el equipo, en las ruedas de prensa. Es algo llamativo la soltura del discurso, el dominio del lenguaje, lo que repite y lo que se calla cada seleccionador que tiene que ponerse ante los micros para decir lo que todos sabemos de antemano, que antes se notaba que esquivaba y ahora hasta lo busca, porque quiere y hasta tiene necesidad de expresarlo y porque sabe que está haciendo en la actualidad un papel que antes quedaba sólo en un mantenimiento físico de sus jugadores y que hoy ha saltado esas barreras que podían presentarlo como repetitivo, insulso, indiferente, evasivo, con lenguaje hortera y corto, a veces insultante y contestatario de modo imprudente aun a sabiendas de que hasta debían tener en cuenta que su labor en tales momentos para ellos indeseados debía de ser el más comedido. Hoy no sólo muestran gran cordura sino su capacidad de dar conferencias, apoyados con aparatos sofisticados y pedagógicos.

     Y es que quizás tras esa introversión de algunos puede encontrarse un genio que ha llevado a su equipo a gozar las mieles del triunfo y a llenar las vitrinas del historial de su club, a ganarse los seis trofeos que casi todos se traen en juego (y nunca mejor dicho) cada temporada. Aún así, sigo diciendo que el entrenador, además de mostrarse educado y paciente ante las a veces inoportunas preguntas de los periodistas, se ha convertido en un administrador de talentos y en un estudioso de cada persona que está bajo su responsabilidad y  a quien ha de saber sacarle  el jugo personal, físico y psicológico y, en combinación con los demás, equilibrar victorias y derrotas. Eso quiere decir, como se ve en el prólogo del libro que Pep Guardiola le hace a su amigo Manel Estiarte (jugador de waterpolo, premio Príncipe de Asturias de los deportes 2001, participante en seis juegos olímpicos, medalla de oro en Atlanta 96 y de plata en Barcelona 92, además de haber sido elegido mejor jugador del mundo durante siete años; actualmente director de relaciones externas del F.C. Barcelona), que uno aprende de sus instructores a saber administrar la gloria y la amargura, a base de estar muy unidos en la amistad que se forja en el vestuario y en el respeto al contrario, y que no son otra cosa que los valores esenciales del deporte, que la usual vida misma debería imitar.

     Esta vez es Josep Guardiola quien nos guía porque, con los resultados obtenidos por su Barça en la temporada 2008-2009, se ha convertido en referente de un entrenador muy humano (cargado de vitalidad, de bondad y de filosofía) que habla, razona, piensa en planteamientos de gestión como si hubiera hecho un master de entrenador de fútbol que, encima, gana partidos y competiciones. Ya hablé aquí de otros deportistas porque me parecen ejemplares y creo que hay que fijarse en sus sacrificios. Eso mismo debió pensar Guardiola cuando, justo antes de empezar un partido, quizás viendo dispersos o distendidos los pensamientos y sentimientos de sus jugadores ante un partido aparentemente fácil (ninguno lo es), en vez de meterles una perorata les puso el vídeo del rescate fallido de Iñaki Ochoa de Olza, montañero pamplonés, de gran carisma, que murió a los 41 años al punto de coronar el Annapurna, el que iba a ser su decimotercer ochomil en mayo de 2008, pues a los 7.400 metros de altitud sufrió un edema pulmonar que movilizó una operación de rescate sin precedentes en el Himalaya, con algunos de los mejores escaladores del mundo involucrados. Las condiciones de la montaña impidieron el rescate y Ochoa falleció; pero el reportaje realizado por el equipo de “Informe Robinson”, contó con los compañeros de cordada y testimonió una agonía estremecedora caracterizada por el mejor espíritu de solidaridad y un acendrado sentido de equipo que vivieron conmovidos y sólo les faltó -y era casi cierto- tocar el cielo.

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