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CONVIVENCIA GENERACIONAL EN LAS ESCUELAS DE ADULTOS

(por Antonio M. López García)

 

Reconocer el derecho al trabajo, a la salud o a la educación por ejemplo, es un punto de partida, aunque no garantiza una realidad satisfactoria para cada persona.

  

La financiación de la gratuidad de la enseñanza obligatoria, la consecución de una política de oportunidades para la igualdad, la democratización de los centros educativos, la calidad de la enseñanza y la mejora de los estatutos del Profesorado, así como potenciar acciones de intercambio con el exterior, son las líneas generales que nuestros gobernantes deben reforzar para crear un “clima” de convivencia generacional en las Escuelas. Es decir, un sistema de ayudas en todos los niveles realista, justo, transparente y controlado.

  

Respecto a la formación de adultos, aparte de reforzar los medios tradicionales, se deberían potenciar los centros a través de los instrumentos que brindan las modernas tecnologías.

  

Por otra parte, la convivencia educativa se mejora con una simbiosis Familia-Escuela-Sociedad.

 

          Lo primero que necesitan los niños es el calor de un hogar, cosa muy distinta que vivir en una casa: Necesitan unos padres no solo entregados a su profesión sino también a sus hijos, conviviendo con ellos sin rendirse al cansancio. Creemos sinceramente que de la cantidad y calidad de amor que se recibe cuando uno es niño, depende la cantidad y calidad de amor que luego se da cuando uno es mayor.

 

Por ello, es muy importante que a nuestros pequeños los encaminemos ya desde los hogares a la iniciación de la educación artística y al deporte, actividades que fortalecen sus facultades sensoriales y contribuyen a su formación integral.

 

            La Familia y la Escuela en una sociedad cambiante.-  La angustia de los jóvenes ante el futuro se caracteriza por la actitud negativa ante la competición, la agresividad declarada en el mundo de los adultos y la escasa confianza en un futuro que vislumbran poco esperanzador; estos rasgos son los síntomas de un hondo malestar, y de una disposición psicológica negativa para afrontar las dificultades.

 

La Escuela, como sistema impositivo y jerárquico no puede corresponder a las necesidades afectivas profundas de adolescentes, insatisfechas también en el seno de familias disociadas cuyo principio jerárquico ancestral ha desaparecido. Sin embargo, la Escuela debe aportar al adolescente las líneas de conducta que la familia y la sociedad descuidan negligentemente.

 

El enseñante o profesor no lo es solo de la disciplina que imparte; también es enlace entre la enseñanza y la realidad social. Hay que educar y no solo instruir, llamando la atención sobre los valores humanos, ligados a la convivencia.

 

Debemos mejorar la convivencia escolar, no solo las relaciones entre los alumnos, sino también entre alumnos y profesores, con el equipo de Orientación del Centro, así como con las familias. Para favorecerlo, hay que incrementar la colaboración y participación de toda la comunidad escolar, desde el más bajo nivel al más alto.

 

La complejidad del mundo actual exige que tanto el padre como la madre compartan la responsabilidad de educar a sus hijos y a sus hijas, de forma que sea tarea de ambos, desterrando de una vez por todas la figura pasiva del padre en el desempeño de tareas que incidan sobre el afecto y la atención. La educación debe asumirse como responsabilidad compartida.

   

Hay que mejorar el modelo cooperativo y redefinir los papeles escolares para que las familias trabajen en torno a objetivos compartidos para prevenir y resolver conflictos, dentro del juego democrático en el que nos identificamos, y mejorar la convivencia y la vida en la escuela fortaleciendo al Profesorado dándole el protagonismo que merece, con el respaldo del Centro y el apoyo imprescindible y necesario del Ministerio de Educación.

 

Quiero terminar con una Cita de Spencer, Herbert, que dice así: “El objeto de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no para ser gobernados por los demás.”

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