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 IDENTIDAD Y PAISAJE
(por José Antonio Marín Caselles)


     Pudo haber sido en cualquier otro sitio. Pero nací en la huerta de Murcia. En un Pueblo Calle [1], configurado a ambos lados de un largo, viejo e histórico camino rural al que las lluvias y el tránsito de caballerías tirando de carretas, carriolas y carros  saturaban  de  baches  y barro año tras año. Desde 1244 [2]  unía dos poblaciones del reino de Murcia: Orihuela y la propia ciudad de Murcia. En 1304 [3]  se marca el Segura como referencia fronteriza de Aragón y Castilla, quedando Orihuela adscrita a Aragón y pasando El Camino de En Medio a unir los dos reinos (hoy Comunidad Valenciana y Región de Murcia). En EL RAAL pasé los años de mi infancia y algunos más después, de forma intermitente. Tengo aquel pueblo grabado en mi memoria con precisión fotográfica: la gente, mujeres de luto eterno; huertanos de chaleco y sombrero conocidos por sus “motes”,  liando con maestría cigarros del  “cuarterón” [4] con sus manos grandes y encallecidas; sus casas humildes; el paisaje: veredas y sendas; acequias, aceñas, cenias y brazales; azarbe y zarbetas; el río con su barca; Limoneros y naranjos; bancales de trigo y panizo espeso [5]; tablas de hierba mora y cristiana; cultivos de pimientos o patatas, de la “cosecha” o del “verdete”, etc. etc. y la sierra de Orihuela, vigilante, con su perfil característico, al fondo.

Iglesía de El Raal     Ausente algunos años, cuando un día volví tuve un sentimiento de soledad y vacío interior. Aquel pueblo no me era familiar. No encontraba referencias de mi infancia. No lo conocía. Las casas humildes habían sido demolidas y construido en su lugar otras nuevas de varias plantas. No había ya espacios de huerta “en blanco” junto al camino; todo estaba edificado. Varios bloques se habían levantado en el campo de fútbol donde jugábamos de pequeños. Grupos de viviendas nuevas se habían construido veredas adentro desde la carretera. ¡¡Se había urbanizado la huerta!! No conocía ya a las personas que encontraba a mi paso, la mayoría más jóvenes que yo, e intentaba adivinar, “por la pinta”, a qué familia pertenecerían. Sentí que ya no era de allí, como un extraño que está de visita. Alguien de fuera que ni conoce a nadie ni es conocido por nadie. En ningún momento era capaz de adivinar en qué lugar del pueblo me encontraba. ¿Había pasado ya la iglesia o aún no había llegado? Caminaba despacio tratando de cuadrar los recuerdos de mi mente con la realidad que tenía delante. No se correspondían. La acequia junto al camino, donde me caía solo o con bicicleta incluida, no existía. Ni se veían cuadrillas de hombres pasar cada mañana en dirección a la finca “La Cierva”, en bicicleta, a cavar a “vuelca leva”, la azada al portaequipajes y el pañuelo del almuerzo al manillar. No había ya grupos de mujeres sentadas sobre zarzos abriendo pimientos o escardando junza en los arroyos. Se habían talado las moreras de hoja grande macocana que servían de sombra a los jornaleros cuando “echaban un vale” [6] y de alimento exclusivo a los gusanos de la seda en primavera. No se veían las vacas de labor murcianas, lorquinas o almazoreñas arando, obedeciendo, sumisas, en su andar cansino por el surco, la voz del gañán. Ya no se juntaba el vecindario, solidario, los atardeceres de septiembre, para el desperfolle del maíz, perdiendo los jóvenes la oportunidad de besar a la mujer más deseada, quizás su amor inconfesado, cuando la panocha que salía era “colorá”. Ni se veía la guardia civil pasar en bicicleta. Ni parejas de novios yendo al Cine Lechuga escoltados por la suegra. Ni alojarse por fiestas los músicos en casas de vecinos a comer. Ya no se iba a las misas de Gozo o del Gallo, como me llevaba mi padre, cantadas con música de guitarra laúd y bandurria. Ni eran iguales los días del Corpus visitando, en solemne comitiva, altares de carretera. Todo había cambiado. Se han asfaltado caminos, canalizado brazales, mecanizado la tierra y urbanizado la huerta. Sólo me queda la sierra. Majestuosa, serena, indomable, roca viva reducto inexpugnable al acoso colonizador de la construcción y el cemento. Sólo al contemplar su imagen recupero mi orientación y sé que estoy en mi tierra.  Sólo la sierra alivia mi desamparo.

     El pueblo donde nací y crecí estaba sólo en mi mente. No existía en la realidad. Había desaparecido y, con él, mi sentimiento de pertenencia al que siempre me había aferrado.  Como el niño a su madre. Y si todo eso había desaparecido, ¿de dónde era yo ahora? Si ese espacio de experiencia inicial y habitual que está en mi horizonte de memoria, donde se fue construyendo mi identidad, impregnada cada día de principios morales, de valores metafísicos, de tradiciones, también de estereotipos y prejuicios, de leyendas, de utopía… si todo eso había desaparecido, ¿quién era yo ahora?, ¿podemos mantener por referencias lugares que no existen o personas que nunca vemos? ¿Por qué nos identificamos con algo? Quizás porque estamos construidos de ese algo y que, a la vez, nos ha moldeado. Y somos ya parte de ese algo. Pero siento que la identidad no es lo inmutable, cerrado, sino que está en continua recreación, rezumando valores de la tierra que pisamos cada día y de la sociedad en que vivimos. A lo largo de toda nuestra vida. No somos sólo de un sitio. Nuestra identidad es a menudo ambigua. “Todos tenemos el yo fracturado” (A.Camus en L´étranger).

Plaza Maestro Enrique Martí (El Raal)     La actividad inmobiliaria transforma el paisaje y la imagen de los pueblos, cuando no la destruye, allanando montes, desviando cauces, cegando acequias, destruyendo caminos, aniquilando la flora y rompiendo cadenas alimenticias de seres vivos, aves, reptiles, insectos…  y dejando huérfanos de identidad a miles de seres humanos. Porque “el determinante geográfico espacial es uno de los más importantes, antiguos y permanentes indicadores de identidad” (Lisón Tolosana). Nuestra memoria, nuestro yo mismo, se forma necesariamente en unos espacios y en un momento histórico interactuando en la familia y en la sociedad. Desde que nacemos quedamos fusionados para siempre con el paisaje en el que crecemos y con la gente con quien convivimos. Un monte cualquiera, un llano, una finca, un camino, una ermita en ruinas, una estatua, un colegio, una plaza, el recodo de un río, una fuente, etc. todo nos evoca momentos vividos, personas, escenas entrañables o desagradables pero inolvidables, estados anímicos, valores y afectos que nos solidarizan con otros. Porque somos de esa tierra y en ella vivimos nuestra experiencia primaria.

     Cada metro que la construcción gana es un retroceso de naturaleza, un paso atrás perdido para siempre; la destrucción de un espacio de vida y la amputación de un tramo de memoria humana identitaria. Se defiende, a veces, la construcción de grandes Ressorts y campos de golf en eriales y tierras improductivas porque, se dice, “no tienen ningún valor”. Es un error porque paisaje y paisanaje están estrechamente unidos, configurando el primero la identidad del segundo, quedando esta identidad anclada para siempre en la cultura de la comunidad, en su mitología y en su historia, en sus ritos y símbolos, en sus costumbres y hábitos, en sus saberes y decires; y nunca más podrá el hombre abstraerse de sus raíces, quedando marcado por ellas para siempre; porque en la experiencia vital acaban ensamblándose la identidad ontológico personal con la étnico comunitaria y paisajística, formando el mapa cultural de cada uno. Una unión espiritual, trascendente, religiosa, la fusión del “individuo y sus circunstancias”, cuyo resultado es cada persona. Biología y cultura. Una IDENTIDAD única, irrepetible.    

[1] Término utilizado por D. Manuel de Terán en su Geografía humana.

[2] El Tratado de Almizra fija las fronteras entre Aragón y Murcia al sur de Bussot y Villajoyosa.

[3] La Sentencia de Torrellas divide el reino de Murcia en dos, anexionándose Aragón las tierras ultra Sexonam  (más allá de Jijona), con Jaime II.

[4] Paquetes cuadrados de tabaco para liar; la ¼ de una libra. (ll6 gr. en Castilla)

[5] Utilizado sólo como pasto para animales
[6] Pequeño descanso en la jornada de trabajo en la tierra

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