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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

HAY COSAS QUE TE SALEN DEL CORAZÓN


     Hacer las cosas con el corazón es utilizar la metáfora que hace simple lo complicado, que saca afuera lo de dentro, que exterioriza lo más profundo que uno tiene. Hablar con el corazón expresa la mayor sinceridad posible que anida en lo más hondo del ser. Es verdad que hay cosas que te salen del corazón como hay cosas que te llegan al corazón, tal y como si se entendieran perfectamente dos corazones. ¿Por qué será esto así? Pues porque el lenguaje, cuando es veraz, necesita utilizar lo más valioso que uno tiene, ese corazón que le da la vida, y cuya falta de aliento, cuyo parón, le da la muerte. Hablamos de este modo influenciados por la cultura que tenemos, que a lo mejor en otras latitudes no saben lo que es el corazón y prefieren la flor del loto. Nosotros vamos más lejos porque hasta decimos cuando sentimos algo profundo, que es el corazón quien siente. Y sea dicho esto porque estoy viendo que siempre existirá la discusión entre científicos que dicen que lo anímico (los sentimientos) no debería de influir en lo físico, ni tampoco al revés; o sea, ni siquiera admiten (aunque coloquialmente, porque el lenguaje está conformado así, tengan que tragarse que el partido contra Alemania fue “de infarto”). ¿Hay algo que tenga que ver más que un infarto en relación al corazón? Y lo mismo pasa con el estrés de tal calibre que produce infarto. Usted y yo (y ellos también) nos entendemos mejor así. Por eso, como gesto de rebeldía, he titulado siempre esta sección como “A corazón abierto”, o sea sin doblez y sin engaño. Los que no quieren relacionarlo, no diré que allá ellos, sino que vean lo tozuda que es la realidad y la vida.

     Estoy de acuerdo, y ya lo he advertido antes, que esta forma de hablar tiene que ver con nuestra cultura, que es judeo-cristiana. Leía hace poco a un especialista que me lo aclaraba mejor: Entre las palabras hebreas del Antiguo Testamento cuyo primer significado es corporal (el corazón que late, digamos) y que luego pasan a tener un sentido espiritual, la más clara  es “Leb”, que aparece en las Primeras Escrituras  más  de  quinientas  veces. Y es eso que estamos defendiendo, que empieza siendo un corazón fisiológico (el de un enemigo que muere porque le han atravesado su órgano vital por una lanza o una flecha), o un pecho que se golpea en sentido de culpa, dolor o resentimiento; pero pronto pasa a significar algo así como la “sede del vigor” lo que ya nos acerca a lo psicológico, como el salmo que dice que “el vino alegra el corazón del hombre” (será porque lo nota latir más deprisa o le levanta el ánimo) y lo más apreciado, como “ser valiente es tener corazón de león”, y con un pasito más llegaremos al sentimiento puro y duro del bondadoso que tiene el corazón en la mano o del que te canta las verdades del barquero y es más cruel que Judas si va por la vida sin tener corazón. Estas expresiones tan utilizadas aún van más lejos, como hemos dicho, al convertirse en palabras privilegiadas que se adentran en el interior del hombre y del mismo Dios que parece que tenga sus ojos en su propio corazón.

     Pues aún van más lejos los significados de este vocablo, con sus correspondientes usos compuestos o derivados. Sigamos adelante y adentrémonos en la mente y sus atributos: memoria (inteligencia, sensatez, prudencia), entendimiento (cualquier grado de conocimiento) y voluntad (emociones, decisiones, sentimientos); incluso aspectos de la vida moral (conciencia: el “corazón puro”) y así hasta llegar a las mismas entrañas: El primer mandamiento es amar a Dios con “todo el corazón”, con toda el alma, con todas las fuerzas. Exige, sí, pero es un Dios que tiene un corazón que se arrepiente y se conmueve, y promete ayudarnos: “Quitaré vuestro corazón de piedra”. Pero, ojo, después del Antiguo Testamento, llegó Jesucristo y ahí ya se podía hablar de verdad, sin ambigüedades internas en su ser, de un “corazón de carne”, de un corazón que se alegra o que sufre, de un corazón que incluso derrama su sangre. Los antiguos egipcios, al embalsamar los cadáveres les quitaban al difunto todos sus órganos internos menos el corazón, para que pudiera seguir viviendo en el más allá. Por eso se entienden expresiones del Antiguo Testamento que ya anuncian el Nuevo y nos trasladan protección, como el Salmo 7 que nos habla de que “Dios sondea el corazón del hombre”, el Salmo 16: “Se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena”, o el libro de Ezequiel: “Os infundiré un espíritu nuevo”.

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