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LA DEHESA
Cuento amargo
(por Gaspar Llorca Sellés)


     Está escrito, no sobre papel, no sobre papiros, sí en la memoria de muchos que quieren revivirlo y de otros, avergonzados, que quieren olvidarlo. Y he aquí cómo se desarrolló la indigna historia vista por los descendientes de los que la sufrieron. Este campo en el que os encontráis, verde y hermoso, fue un día nuestro edén, verdadero paraíso nunca alcanzado por otros seres ni por hombre alguno. Sé esto por tradición, por cultura popular, por resquemor que no se apaga, por los lamentos de toda esa raza noble y orgullosa, que humanos impíos buscaron y consiguieron amedrentar, y digo impíos por paganos e indiferentes y por su ignorancia en el conocer, del no saber. Y os explico, bellas criaturas, y salid de vuestra incertidumbre, no es leyenda, fue y es una realidad que subsiste, que renace en los momentos de podredumbre en los que los principios se desmoronan.

     Os han llegado bellos relatos en los que nuestra raza era temida por el resto de la fauna, el mismo hombre tenía que servirse de armas para enfrentarse a ella, y nuestra lucha era tan noble y éramos tan admirados que tuvimos un antepasado que habitó en el mismo Olimpo. Y fuimos sagrados e intocables en grandes países, y llevados a los altares de tribus y pueblos, y ahora somos menospreciados por algunos ¿muchos? que con buenas intenciones creen ayudarnos, cuando en realidad ponen en peligro nuestro concepto del ser. Y vosotros, hembras y machos, con una fe y amor indomable que lleváis en vuestra sangre, resistid al estercolero a que nos han conducido sin permitirnos un solo grito de rebeldía,  y con la nobleza que nos caracteriza batámonos con nuestra siempre limpia y leal ferocidad.

     Si nos liquidasen, ésa parece su intención, la naturaleza y nuestra casta perdería ese concepto de alma vasalla y digna, y nuestra historia se convertirá en mitología y en ella seremos admirados y nos elevarán a dignidades celestiales. Y ahora, temo que con conciencia culpable y al mismo tiempo triunfalista, con ayuda de la química crearán seres idénticos a nosotros en todo pero faltos de sentimiento. Ya no seremos nosotros, no existiremos, los nuevos serán bestias sin  rangos ni sentimientos.

     El hombre ibérico  nos seleccionó y nos cuidó con mucho esmero, preocupado por la pureza de nuestra casta, la que nunca se vio mancillada y se ha mantenido limpia. Sí, hay esperanza, aún  hay España que se muestra orgullosa de nosotros, ved en muchas enseñas nacionales y en el centro de la misma, nuestra imagen con toda su bravura. Perdonarme toda esta perorata, causa de mi exaltación, que  al veros y sentiros me ha hecho perder los estribos, sé que lo conocéis mejor que yo y que estáis aquí por vuestro romanticismo. Os suena, verdad,  sí, esta tierra, España, que fue muy prolífica en el parto  de los conceptos: Casta y Honor; y su Caballerosidad la ondeaba como nuestra figura al ancho de todo el mundo. El Toro Español dominaba todo el suelo espectacular del país; no había carretera, puerto, monte y altozano donde no se nos mostrase con nuestro temple y esencia.

     Y ¿qué está pasando?  Pues lo mismo de siempre, que el hombre con su afán de perfeccionar y cambiar lo natural, hurga y modifica leyes naturales, y no recuerda los orígenes  en donde fuimos copartícipes. Ellos han evolucionado, pero su cambio ha sido tan grande y desproporcionado que han ahogado su alma y se están convirtiendo en el dios Pulpo que al final se come sus patas y su fe.

     Os informo, más o menos, de lo poco que ha llegado a mi conocimiento, y os digo, y os llenará de orgullo que la palabra “Tauromaquia”, la define el diccionario de sus inventores, nada menos que como el arte de lidiar toros, y ese arte lo comparte el hombre con nosotros, y ese hombre recibe el gentilicio nuestro: Torero. Nombre que le cambia sus sentimientos, que lo bautiza y lo eleva sobre los demás seres. Nos conoce y nos quiere, nos respetan y nos veneran, y para ellos el sacrificio de nuestras vidas lo realizan en aras de la nobleza y hasta nos lloran cuando explota el alambique continente de sus emociones, miedos y sueños, el cénit de sus  creencias y el motivo de su ser.

     Perdonad mis desvaríos, ¿quién me da esta magistratura para sentenciar nuestro porvenir?, aunque sea justo en ciernes, pueden ser erráticas sus conclusiones; la pasión nunca contempla objeciones por eso mi disculpa, buscad otras esperanzas y olvidad. Os deseo una dehesa de luz y color, de hierba fresca y sombras de álamos, riachuelos cantarines y picas de goma, corretead por ella y cuando os pregunten por nobleza, bravura y dignidad, narrad esta historia con el epílogo personal, y si no, imitad al niño humano y  contad esos cuentos de sentimientos blandos y mentiras virtuosas, hablad de esa casta durmiente en espera del príncipe-torero redentor que llega, y, rodilla en tierra, la revive en todo su esplendor o muere rendido ante su princesa.

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