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EL ARTE DE FUMAR
(por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles

     Cada vez que veo a un fumador ansioso encender un cigarrillo con mano temblorosa me acuerdo de mi tío Ramón. Mi tío Ramón tenía el arte de fumar, sabía convertir el vicio en virtud, más que una facultad, su manera de manejar el cigarrillo era como un estilo de vida, una filosofía general de su existencia.

     - Yo si fumo es solamente para provocar la ensalivación…- decía. Apenas si fumaba unos 5-6 cigarrillos diarios, pero andaba liado con ellos la mayor parte del tiempo. Fumaba picadura que le traía semanalmente un amigo de mucha confianza, que trabajaba en Tabacalera (unos paquetitos verdes: “PICADO FINO SUPERIOR”).

     Desde mi perspectiva de niño era un goce verle encender un cigarrillo, lo hacía a la antigua, con su pompa y parsimonia. “Echar” un pitillo con alguien era una prueba de amistad “hablamos y echamos un pitillo…” y aquello requería una habilidad farmacéutica:

     Abocaba la petaca en el cuenco de la mano izquierda. Pim, pim, dos golpecitos, y cuidaba de que no hubiera impureza alguna. Luego con dos dedos y con mucho estilo sacaba una hojita de papel “Bambú”. Hacía diestramente un canalillo con el papel y esparcía en él la picadura con una perfección de laboratorio (como si fuera pólvora). Liaba el cilindro con toda precisión, lo deslizaba por la punta de la lengua y embutía con el dedo meñique (con la uña preparada al efecto) los extremos. Nunca ví que le quedara un cigarrillo morcillón,  siempre quedaba un cilindro perfecto. Se lo colocaba en la comisura de los labios… y una pausa; daba tres palmadas al aire para limpiar las manos de las motas de picadura y podía decir en ese momento, por ejemplo: “¡¡Bueeeno estaba y se murió…!!”  Buscaba el mechero en el bolsillo (un mechero de piedra y gasolina). Entonces, con el mechero en la mano, mi tío Ramón demostraba que el tiempo era suyo, no había prisa, podía cantar una estrofa de Machín o se podía asomar a la ventana y decir con toda tranquilidad:

     - Parece que se ha arreglado el tiempo… esta mañana amenazaba lluvia - Yo me ponía de los nervios viéndole con el mechero en la mano: “¡Enciende ya!”

     Hasta que por fin, sonaba un clic seco y certero, aparecía la llamita y dejaba flotar una nubecilla densa que se deshacía junto a los labios y entonces mi tío Ramón, entornando un poco los ojos, se sumía en una seria y profunda meditación. Más que con los pulmones mi tío Ramón fumaba con el cerebro. El cigarrillo, más que fumarlo, lo “pensaba”: ¿era mejor esta picadura que  la  de  la  semana  pasada? era más suave esta picadura que el “Caldo de Gallina” que vendían en el estanco?

     Si caía en sus manos un cigarrillo rubio, un Chesterfield largo y emboquillado, mi tío lo cogía con mucha circunstancia y una elegancia británica, con la yema de los dedos, y con unos morritos adecuados a la ocasión, daba una caladita como de prueba, dejaba escapar el humo en un hilito muy fino, con delicadeza, analizaba desconfiado el cigarrillo y decía:

     - ¿Esto?  una mariconada…

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