Colocaron tus manos sobre el pecho
y allí quedaste tú con el silencio.
Tus ojos perdieron la luz,
adentrado en la noche, frío, vacío,
como un poema sin versos.
Ya no tienes por qué escuchar
ni responder a nadie.
Todo habrá concluido
cuando el sol salga mañana.
Volarás al infinito
con la esperanza aún viva,
los sueños dormidos
y el espíritu anhelante.
Y se abrirán de par en par
tus ahora cerrados ojos
para avizorar el horizonte
en la insondable eternidad.
Algo imperecedero queda en mí:
tú y yo, por siempre,
seguiremos siendo amigos
cualquiera sea la orilla en la que estemos.