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LOS ABUELOS
(por Gaspar Llorca Sellés)


     Había una vez una historieta que andaba a golpes del viento sin que nadie la cobijase. Todos, muchos la leyeron, todos, muchos eran almas cándidas, sencillas, sin recuerdos, irreflexivas, por lo tanto felices en el momento y por naturaleza… Y reflexiono, almas o conciencias, ¡qué más da! Buenas o malas, ¿quién les puede catalogar? Bueno ¿ya empezamos?, salgamos del cenagal y dejemos tranquilos a los espíritus o almas y no añadamos más juicios y prejuicios que bastantes llevan. Y tomémosla como viene, como la palpamos, limpia, emergente, compañera y querida, y desistamos si es orgánica, corpórea, al igual que ignoremos y despreocupémonos de su hábitat y origen, bastémonos con saber que todos somos portadores de ella, individual o colectivamente…

     ¡Oye! Que eso no es el cuento prometido, nos citas condicionando libertad de espíritu, limpios de adiciones tanto deportivas como de tecnicismos reinantes, sin egos sedientos de poderes y mandatos; y ¡vaya! protesto de tu rollo y yo me ovillo ante vuestra indiferencia. Perdón, y por favor vayamos a lo nuestro…

     ¡Sí, el cuento!, librémosle de preámbulos, y vayamos a su narración limpia y literal y cada cual lo traduzca a gusto de sus sentimientos y formación, de su sentir, lo que se dice: libremente. Érase un abuelo y su nieto, moradores de un pueblo de extraño nombre, en un primer pisito, con balcón y una ventana a la calle y una florida terracita que daba el norte, norte con montañas y nubes montadas. Tenía un comedor, una cocina baja situada en él, y dos habitaciones adyacentes al mismo.

     ¡Oye! Que todo eso no nos interesa, di un piso de pueblo de otros tiempos, que nosotros aún hemos conocido, en donde todos se saben y las puertas de las casas solo se cierran al polvo, al viento y a indiscretos alados. Alguno queda, habitados en general por andinos. Y vamos por los personajes y si el cuento es viejo, seguro que son gente nuestra.

     No se lo que intentas sugerir, si es por el color de ellos, no se menciona. Solo dice que es un abuelo y su nieto. ¿El abuelo?, que cada uno de vosotros se lo figure según sus patrones y deseos, al igual que al niño. Yo, al abuelo me lo imagino: Delgado y alto, un poco encorvado, de andar pausado, con poco pelo, sonrisa fácil, algo achacoso, y con un mirar lleno de cariño.

     ¡Señor! ¡Ese es mi abuelo!, puede menos alto y un poco calvo, o no. Y yo, con él, me lo paso bomba. Tan bueno, es tan bueno que mis padres le riñen porque me deja hacer lo que quiero, me quiere mucho y jugamos juntos, y no se porqué se enfadan sus hijos y le reprimen diciéndole  que es más niño que yo.

     ¡Vamos! Y el mío, que me lleva a pescar y nos reímos mucho. Alguna mentirijilla decimos en eso de la pesca, cuando él coge la pieza más grande, dice que la he pescado yo…y juntos al cine…, ¡Ya sé, que tú abusas del  tuyo. Al igual que el de Juan y Toni, y el de mi primo Miguel. Todos, todos son bondadosos y si se muestran quisquillosos es con los mayores, nunca con nosotros. Hasta Michel que no los tiene aquí, sabe lo que digo y participa de los nuestros.

     ¡Bien! Ya tenemos al abuelo, ahora vayamos al nieto, aunque poco hay que decir, ya que veo que todos lo experimentáis. Y sigamos: sin familiar alguno, vivían solos, el pequeño en confusión de recuerdo e imágenes oídas y creadas acerca de sus progenitores, madre que le da vida a cambio de la suya, padre que marcha en busca de fortuna y del que nada más se supo. El abuelo fue su madre y su padre con muchos quilates, dos cariños en un alma, como les definían los vecinos, siempre juntos cogidos de una mano que les nacía del corazón.

     Traición hubo y el infractor juramentó su secretismo: en sueños, se le aparecieron unos diminutos seres expectantes de su bondad que le premiaron con su  amistad. Y así es como sus poderes, eso creía él, le protegían, y cuando tenía algún problema se lo solucionaban; y el abuelo, ajeno al pacto del nieto, daba gracias a Dios por su protección. Que el abuelo se fatigaba y le faltaba aire, el nieto asustado, recurría a sus amiguitos que acudían para que recuperase la normalidad abriendo con un golpe de viento  la ventana y entraba aire fresco, cosa que él aprendió y le sirvió para lo sucesivo. Otra vez, les lloró mucho  por una mala caída que tuvo su abuelo en donde las prescripciones médicas eran alarmantes, pero ahí estaba su fe en forma de seres diminutos, y la recuperación del abuelo fuese casi instantánea. También en lo de la cabra,  se  les  murió  la que tenían, la cual les brindaba todos los días la leche que necesitaban, pero a los pocos días, era  de noche, oyeron ruidos en el cubil de ella, con nervios y susto corrieron hacía él, y cual fue su alegría al contemplar una hermosa y joven cabra con las ubres llenas. Una sonrisa infantil cómplice y beatífica se elevó al reino de los niños. No lejos, un pastor vertía lágrimas de gratitud por permitírsele aquel acto tan bello que le invadía de paz interior.

     En cuanto al abuelo, solamente quería ver feliz a su nieto, nunca le pudo reñir ya que la bondad que le inculcó le desbarataba cualquier intento. La felicidad no es eterna, al igual que la eternidad, eso dicen, ¡vayan ustedes a saber! La cuestión es que, cuenta el narrador, al nuevo maestro de la escuela, culto y sabio él, le alarmaron las faltas de asistencia del niño y, cumplidor de las normas docentes, visitó su vivienda, en la que encontró al viejo trabajando el esparto en espera del niño, el cual estaba ausente pastando al cabrío. Conversaron y hubo exposiciones de creencias e ideas, erróneas y falsas, buenas y malas. Al regreso del niño el maestro ya se había ausentado, y viendo la cara del abuelo y leyendo su mirada, se lanzó a sus brazos creyendo que algo muy malo le ocurría, el abuelo nada le confesó.

     El instructor marchó acosado por una culpabilidad que de la misma legalidad no le libraba.  Preocupado lo comentó con su mujer. Culta y sabia ella, práctica y moderna, fiel a sus principios apaciguó los sinsabores de él, y ya, ilusionados e irreflexivos se propusieron  cambiar aquel amor por reglas sociales, formación y cultura, denunciando el caso de niño abandonado en educación y formación, próximo paria, inservible para la sociedad, ejemplo de salvajismo. Sus conciencias hechas a educar no podían admitir aquel descarrío social e inhumano.

     Los servicios sociales actuaron con rapidez, y  la  justicia  con sus ojos cubiertos y con su balanza llena de normas y leyes escritas, arrancaron aquella unión llevando al niño a un centro de acogida y al abuelo lo entregaron a la desesperación y al dolor.  Arrastrando su pena, acudía todos los días a las puertas de aquella cárcel con la esperanza de poder ver una vez más a su criatura. La prohibición era férrea y la caridad fue prohibida. Cierto día, en que la naturaleza se vistió con sus mejores galas,  el abuelo acudió vestido de fiesta a su cita y antes de llegar a las baldosas del pie del centro, le pareció ver a su nieto al borde del tejado del caserón. Con el corazón en un puño gritó, previniendo el desastre que no pudo evitar,  que su niño volase como ángel y él, turbio de visión y cerebro, se lanzó con todas sus fuerzas y las que le daba su cariño a impedir, con sus brazos extendidos, que aquella vida se estrellase  y se fuera sin su  compañía; y lo consiguió, uniendo sus cuerpos en un charco de sangre que rodeaba  un amasijo de carne y huesos jóvenes y viejos, que dos almas limpias de normas y reglas abandonaron ya libres de imposiciones. Una luminaria se elevó hacia  los aires en busca del cielo que intentaron vivir en la tierra y no les dejaron.

     ¡Niños!, y termino con una duda y preocupación, y es que si el cuento os ha inculcado odio o compasión, sensiblería o rebeldía.

     ¡Señor! ¿Nos deja dar nuestra opinión? ¿Sí? pues ahí va: vivan todos los abuelos del mundo, y nunca, nunca deberían morirse.

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