Índice de Documentos > Boletines > Boletín Diciembre 2010
 

Manuel Gisbert Orozco

 

UN PUEBLO QUE YO ME SÉ
PERO NO VOY A DECÍRSELO

(por Manuel Gisbert Orozco)


     Supongo que cuando Cervantes comenzó su novela Don Quijote de La Mancha con la enigmática frase: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”, no quiso iniciar ninguna polémica, o tal vez sí, lo cierto es que cuatro siglos más tarde la mitad de los pueblos de La Mancha van a la gresca para otorgarse la coletilla de “…ese lugar”, mientras la otra mitad se piensa lo de apuntarse a la misma.

     Yo no pretendo ser tan pretencioso como para paragonar a Cervantes; pero sí les puedo decir que en un rincón de la montaña alicantina existe un pueblo, que yo me sé pero no voy a decírselo, en donde la gente se disfraza en carnavales y se viste durante las fiestas de moros y cristianos.

     No se le ocurra preguntarle a un lugareño: “¿De qué filá va disfrazado?” si no quiere comenzar una discusión bizantina. De hecho el traje de las filás es oficial durante los días de la trilogía y puedes vestirlo en cualquier circunstancia.

     Recuerdo de mi juventud una anécdota que en la distancia ya no sé si es verdad o ha pasado a ser leyenda. Resulta que por instancias superiores, en una época de mando y ordeno, se instauró uno de los días de fiesta local como fecha de examen en todos los Institutos de la geografía española. En el pueblo que yo me sé pero no voy a decírselo, la mayoría de los estudiantes se llamaron andana; pero entre los que acudieron, ya sea por obligación o por convicción para no perder el curso, uno se presentó vestido de festero. Un catedrático, que por cierto no era nativo del lugar que yo me sé pero no voy a decírselo, se negó a examinarlo estando como estaba disfrazado de tal guisa.

     El alumno se mantuvo en sus trece y aunque el profesor llegó hasta diecisiete en la discusión, no tuvo más remedio que examinar al discípulo -disfrazado según uno, vestido de moro según el otro- de la asignatura de religión, ante la insistencia del Director del Centro que avalaba la posición del alumno.

     Ni qué decir que el resultado del examen fue: suspenso. Y no por represalia del profesor, sino porque el alumno estaba en la materia más pez que un mero en alta mar y también algo bebido, por lo que no tuvo inconveniente en soltar alguna que otra blasfemia que le hubiese colocado en un brete en tiempos de la inquisición.

     Hablando de bebidas. No es lo mismo, al menos en el pueblo que yo me sé pero no voy a decírselo, tomar café que beber café. A ustedes les parecerá lo mismo, pero no lo es. Si conjugan el participio de estos verbos comprobarán que no es lo mismo estar tomado que estar bebido.

     Se toma café en casa, después de las comidas, o en los bares, servido en una tacita, cremoso, todavía humeante y añadiéndole un terrón de azúcar o sacarina si comienzas a ser “delbetis”. El café nunca se bebe en casa, la parienta no lo permite, solo se bebe en los locales de las filás, bojios, tugurios y bochinches, se sirve en vasitos de culo gordo y no se le añade azúcar porque con el alcohol que porta va que chuta.

     Su origen está en los trabajadores de este pueblo que yo se me pero no voy a decírselo, que aprovechaban las sobras del café que tomaban de madrugada cuando se levantaban y le añadían un chorrito, más o menos largo, de aguardiente para soportar mejor las largas y penosas jornadas de trabajo. Cuando lo bebían ya estaba frío y comenzaron a llamarlo “Cafe gelat”. Perfeccionada su fabricación se ha convertido en lo que hoy conocemos como “Café Licor”

     En un principio era bebida de pobre, aunque cuando los ricos cataron sus bondades, en el Círculo Industrial y de eso no hace mucho tiempo, se lo servían a los socios en tacitas para aparentar que estaban tomando café cuando en realidad se lo estaban bebiendo.

     Todo lo que les he contado es pretérito porque hoy en día han desaparecido muchos tabúes y el Café Licor se vende allende nuestras fronteras. Y desde la invención del “plisplay” (mezclado con cola) o “la mentira” (mezclado con agua limón) ya no es de uso exclusivo de los hombres  y hasta las damas han comprobado ya sus bondades.

Volver