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VIAJE A LA MANCHA

(por Gaspar Pérez Albert)
                                                                                                                                           

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En mañana de domingo

decidimos iniciar

viaje a Ciudad Real.

como punto de destino.
 

Llegamos a mediodía.

Fue un viaje placentero.

Parecía un día espléndido,

mas después se torcería.
 

La tarde vino a salir

lluviosa para el paseo

y aunque fuera su deseo

no nos lo pudo impedir.
 

Paseamos Ciudad Real,

nuestra ciudad de destino,

con sus detalles y signos

muy dignos de visitar.

Amaneció el día siguiente

algo frío y despejado

y al recorrido anunciado

no restaría alicientes.
 

Y nuestra intención primera

consistió en rememorar

gestas, en cualquier lugar

que el Quijote recorriera.
 

Llegamos así a la venta

que en Puerto Lápice está,

donde le han sabido dar,

de antaño, gran apariencia.
 

Porque fue en ese mesón

donde el ingenioso hidalgo

fue caballero nombrado

y su aventura inició.

 

Y siguiendo su camino,

avanzando la mañana,

en el Campo de Criptana

admiramos los molinos.
 

Más, según dijo Cervantes,

no eran, sin duda, molinos

sino gigantes altivos,

para el caballero andante.
 

Los embistió con fiereza

sin hacer caso al buen Sancho

y cayó al suelo rodando

con su integridad maltrecha.
 

Nuestra preparada guía

nos llevó hasta a visitar

uno de ellos y enseñar

su función, con maestría.

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Pero lo cierto y verdad,

-necio negarlo sería-

para sufrir pulmonía

muy poco debió faltar.
 

Y volviendo a su camino

llegamos hasta El Toboso,

que para el Hidalgo, ansioso,

fue, en amores, su destino.
 

Según don Miguel nos cuenta,

buscó su amor en la noche,

mas solo encontró una torre,

justo al lado de la iglesia.
 

Y un tanto malhumorado

por su inusitado fallo,

con convicción dijo a Sancho

“con el clero hemos topado”.

Y por consejo sensato

que su escudero le diera

encontró a su Dulcinea,

su amor sentido y soñado.
 

Y todo lo que he contado 

nos lo narró con destreza

la guía tan estupenda

 que se dignó acompañarnos.
 

Y lo quiso demostrar

recorriendo todo el pueblo

cual viacrucis intenso

que hubiéramos de rezar.
 

No creo que nadie rezara.

Es una exageración,

y si hubo alguna oración

fue porque aquello acabara.

Mas nuestra dicha fue buena

cuando al final encontramos

un restaurante llamado,

cómo no, de Dulcinea.
 

Por la tarde visitamos

Argamasilla de Alba,

que a Cervantes albergara

cuando presentó al Hidalgo.
 

Vimos con curiosidad

una vetusta farmacia,

donde eruditos llegaban

para El Quijote estudiar.
 

También vimos con agrado

su bonita y amplia iglesia

que un bello cuadro conserva,
a Cervantes dedicado.

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        Y amaneció el tercer día

también con sol, ¡oh, milagro!

nos dirigimos a Almagro,

cúmulo de maravillas.
  

Grandes casas solariegas,

templos, museos, palacios,

todos ellos blasonados

con sus escudos de piedra.
   

Y la emblemática “joya”  

que es su Corral de Comedias”,

por sencillez y belleza

al visitante enamora.
  

No debemos olvidar

su selecta artesanía

con cientos de maravillas

que allí pudimos comprar.

Proseguimos a Daimiel

con sus magníficas “Tablas”.

La naturaleza, sabia,

lo mejor supo ofrecer.
   

Un cielo bastante espeso

nos presentó el día cuarto,

mas el disgusto borramos

pensando ya en el regreso.
    

Visitamos Villanueva,

de los Infantes llamada,

digna de ser visitada

por su olvidada belleza.
  

Palacetes, claustros, templos,

muchas casas blasonadas,

hicieron que no se notaran

las inclemencias del tiempo.

La tarde, casi glacial,

no impidió ni fue una pega

para admirar en Ruidera

su belleza natural.
   

Nuestro hotel de residencia

fue lujoso y confortable,

salvo fallos puntuales

que aceptamos con paciencia.
   

Para terminar querría,

de entre todos los servicios,

alabar el buen oficio

del conductor y la guía.
   

Y desde el mismo Ruidera

regresamos a Alicante,

después de un feliz viaje

que en mi mente se conserva.

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