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EL ALMA DE LA CAFETERIA
(por José M. Quiles Guijarro)

José Miguel Quiles


     La cafetería “Avenida” no hubiera sido la misma sin él. Sabía sostener el vaso de whisky en la mano, con un estilo especial, dándole un meneíto en círculo para que tomara frío la bebida. Era un tipo que sabía “estar” en la barra. A veces se ponía de costadillo, apoyando un codo; a veces sentado en el taburete cabalgando una pierna a calcetín visto; otras de espaldas al salón, apoyando los dos codos y sacando un poco el culo hacia el pasillo. Lo suyo era una cuestión de instinto personal. La barra era su “hábitat” natural.

     Luis G. Requesens, gran amigo mío en la época de la que hablo, frisaría los 40 años y no había trabajado nunca, hacía ejercicio físico (footing o gimnasio) por la mañana, y a eso de 16.30 H. se dejaba caer por la cafetería: “Fermín, cariño, ponme un JB con hielo…” – le decía al barman.

     Vivía con una tía, doña Francisca Requesens Vila, soltera, ya muy mayor, muy santurrona ella y muy bien acomodada económicamente. Él se hacía llamar “García de Requesens”, no sabíamos si la “de” figuraba o no en el D.N.I., pero le daba empaque fonético al apellido. Cuando le presentaban a alguien decía: “García-de-Requeséns a su entttera disposición…”

     Lo cierto es que Luis era el personaje central de la cafetería, a todos conocía y todos le conocían; invitaba o se dejaba invitar “Cóbrate lo de don Alfredo y su señora…” “¡Un placer doña Pilar…!” Bebía a sorbitos pequeños como los embajadores en las recepciones y se relacionaba exquisitamente en las distancias cortas: si se trataba de una mujer casada  le cogía una mano con delicadeza y la alzaba a media altura simulando un rápido y exquisito besamanos:

     - No se ofenderá tu marido si te digo que estás bellísima…

     Y si era una anciana, se extendía más, le hacía un saludo versallesco, cogía la mano de la señora y la guardaba entre las suyas como si fuera un dulce pajarillo y le decía:

     - Dígame doña Araceli qué hace Vd. para tener este aspecto... ¿Y su hermana doña Cándida? ¡Qué mujer más adorable su hermana Cándida…! - Y encorvaba un poco la espalda a modo de “rendibú” mientras dejaba caer una lluvia de cumplidos y dingolondangos.

     No era extraño que en el salón sonara la voz de un camarero: “Don Luis le llaman al teléfono…” (De Luis no hacía falta decir los apellidos). “Dispénseme  ustedes un momento ¡cuánto lo siento…!” y cruzaba el salón con la resolución de quien ha de dar instrucciones precisas para invadir Polonia. A veces en mitad de una reunión de amigos, se levantaba y nos decía: “Me vais a perdonar pero tengo que ir a casa porque hoy no está la asistenta y tengo que acostar a la abuela… ¡está hecha un “cuatro” la pobre…!” Cuando alguien le preguntaba: - ¿Y tú a qué te dedicas…? – El contestaba raudo:

     - ¿Yo? Oposiciones a la Administración… no me gusta la empresa privada, no comulgo con el sistema capitalista.

     Cuando doña Francisca murió, Luis heredó y ya no tuvo necesidad de opositar. Encontró el sistema de administrar su propio capital. Era un perfecto holgazán, pero con estilo, un triunfador “social”, el alma de la cafetería. Yo le tuve un gran aprecio.

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