Índice de Documentos > Boletines > Boletín Enero 2011
 

Mª Teresa Ibañez Benavente

8 DE DICIEMBRE

(por Mª Teresa Ibáñez Benavente)


     Hoy es 8 de diciembre. Hace un día espléndido, el sol es radiante y calienta el cuerpo y el alma, y el cielo es azul intenso, como el manto de raso de la Virgen. Hoy es la Inmaculada.

     Me vienen a la memoria días como el de hoy de mi adolescencia y juventud pasados en Villajoyosa. Como en la mayoría de los pueblos de España se celebraba una novena en honor de la Santísima Virgen. Era la novena de la juventud, pues aunque había gente de todas las edades abundaban los jóvenes. Al segundo toque ya estaba la iglesia llena, en los altares laterales se quedaban los chicos de pie pues eran los últimos en llegar. Siempre venia un buen predicador al que nos gustaba escuchar. Nos hablaba de muchas cosas y, cómo no, del sexto mandamiento. Era una ocasión también para ver al chico o a la chica que a uno le gustaba.

     En la procesión del día 8 se estrenaban los abrigos, no importaba que el domingo anterior hiciera mucho frio o que ese día hiciera casi calor, la costumbre era esa. Si había que estrenar abrigo se hacía el día de la Inmaculada.

     Todos estos recuerdos me hacer reflexionar sobre la forma  tan distinta a la de ahora de educarnos. No sabíamos nada de educación sexual, pero sí de educación religiosa que era como un freno que ayudaba a no caer en cosas que no se debía, y además, se fortalecía la voluntad. Ahora, todo está bien, hay que dejarse llevar por el deseo y ser libres. En vez de freno ponen “un césped blandito” para no hacerse daño al caer. Así no se fortalece el carácter ni el espíritu, ni  se nos enseña a diferenciar el bien del mal y aunque “en todas partes y en todo tiempo se cuecen habas”, creo que daban mejores resultados los métodos de entonces.

     También en ese día tengo todos los años un recuerdo para mi tío Pepe a pesar de no haberle conocido. Él eligió este día para morir, bueno, pidió como una gracia especial ser fusilado el día 8 de diciembre. Mi tío Pepe era hermano de mi abuela paterna. Fue párroco (por oposición, decía ella) de Santa Justa y Rufina, de Orihuela. Han escrito de él otros sacerdotes, que era muy ilustrado y elocuente, que se llenaba el templo hasta los topes cuando él predicaba y que recorrió toda la diócesis donde era solicitado para hacerlo. Mi padre nos contaba muchas anécdotas de él. Quería mucho a sus sobrinos y disfrutaba con ellos, y ellos con él cuando iba a Ayora de vacaciones. Por todo lo que me han contado sé que era un hombre de gran fe y de mucha valentía; así lo demostró en muchos momentos de su vida y sobre todo en su muerte.

     En las últimas vacaciones que estuvo en Ayora un sacerdote amigo suyo le dijo que las cosas se estaban poniendo muy mal y que ellos serian los primeros en caer, que pensaba marcharse a América y que se fuera con él. Mi tío le dijo que no, que él no abandonaría su parroquia. El 28 de setiembre del 36 lo encarcelaron tras el saqueo del templo de Orihuela y después fue trasladado a la prisión provincial de Alicante. En un frio amanecer del día de la Inmaculada de ese mismo año salió al mismo patio donde murió José Antonio. Iban otros presos con él, no dejó de levantarles el ánimo a todos, sobre todo a un chico de 16 años que habían cogido repartiendo propaganda; temblaba de frío y de miedo como una hoja en otoño. Mi tío le dijo: “no tengas miedo, morir es un momento, pronto estaremos con Dios y con la Santísima Virgen.” Perdonó a los que le iban a disparar y les pidió que apuntaran al corazón. Cuando ya le estaban encañonando gritó con fuerza: “Viva Cristo, Arriba España”.

     Todo esto lo sabemos porque hubo un testigo que dijo que le había impresionado su muerte y que le había quedado en la memoria. Después lo contó a mi familia y a otras personas. Una hermana suya venía a veces a visitarnos a Villajoyosa y me llamó la atención ver en la parte interna de la tapa de su maleta un letrerito de papel amarillento y de letra desvaída que decía “maleta que FUE de José Torrella Ródenas. Por favor, entréguenla a mis hermanas.”

     En aquel movimiento que hubo de beatificaciones de muertos de guerra, un sacerdote encargado de aquella causa me dijo que si yo tenía anécdotas y fotos de mi tío. Yo en esos días tenía otros problemas y se me pasó el tiempo sin hacer nada, pero después pensé que era Dios quien había de premiarlo aunque nadie conociera si se lo había merecido, que seguro que sí. También pienso que moriría injustamente gente buena y desconocida en los dos bandos y que aunque aquí en la tierra nadie lo sepa o lo reconozca, ya está el Señor para premiarles con su abrazo.

     Al ser hoy el día que fue fusilado y estar aquí cerca de donde murió, no pasa un año en que no le recuerde con cariño a pesar de que no le conocí.

Volver