Índice de Documentos > Boletines > Boletin Febrero 2011
 

LOS DULCES DE NAVIDAD
(por José M. Quiles Guijarro)

José Miguel Quiles


Hay rasgos en nuestro carácter que no maduran con los años. Y a mí me siguen proporcionando un placer casi infantil esos expositores llenos de dulces navideños de los grandes almacenes. Rollitos de anís, almendrados, roscos de vino, rosquillas, polvorones, empanadillas de boniato… (Una empanadilla de boniato bien hecha es una pieza de alta joyería) los ojos me hacen chiribitas. Le prometo mil felicidades al paladar cuando los veo.

 Y en mí un apetito se convierte de inmediato en una urgente necesidad, así, estas Navidades pasadas, cierto día, preso de una frenética compulsión, llenos los ojos de gula y de placer ante aquella montaña de dulces, me dije: “ ¡Hombre, voy a probar un mantecado! ¿estará muy grasiento?”. Una vez lo tuve en la mano lo miré y no satisfecho todavía, en un rapto de egoísmo salvaje, me dije: “¡Qué coñi, ya que estoy, voy a coger también un rosco de vino a ver qué tal!”.  Todo con la avaricia y la insensatez de un niño. Tenía las dos piezas, camino del bolsillo, en un vuelo, cuando noto un golpecito en el hombro derecho:

            - Caballero ¿Le puedo ayudar en algo? – era la empleada, con una bolsa abierta en la mano y una mirada fría. ¡Qué vergüenza!  Sentí un angustioso cosquilleo en el plexo solar y una oleada de rubor. Para salir del paso le dije:

            - Quiero unas mantecaditas, pero no sé si estarán muy grasientas…- y deposité, muerto de vergüenza, las dos piezas de la mano en la bolsa, devolviendo el botín del robo.

             Están muy buenas, tienen “cabello de ángel…” – me dijo la chica.

             No… si buenas ya lo sé… es por los conservantes sab’usté…

            La situación era embarazosa por demás,  yo quise mostrarme caballeroso, los hombres siempre se sienten caballeros después de haberse portado como sinvergüenzas; la chica por su parte, aséptica, consciente de que tenía delante un vulgar “roba-dulces”, no me miraba a los ojos. Así que le dije, conciliador y animoso, como olvidando la situación:

            - A ver… póngame media docenita de mantecados, y unos polvorones y unas rosquillas… que sean con papel de enrollar porque a mí el “abre-fácil” este de ahora no me gusta, sab’uste… Acabo siempre abriéndolo con los dientes… ¿Tiene almendrados? ¿Y rollitos de anís? A mí me gustan unos rollitos de aguardiente de “La Fea”, unos que se hacen en Redován ¿los conoce usted? ¡Huy,  están buenísimos! - con mi diálogo cómplice pretendía hacer olvidar el incidente. La empleada, eficiente, cogió dulces a manos llenas de aquí y de allá, cambió de bolsa, los pesó, y puso al final la pegatina. 14,43 €.

             Salí a la calle  con un cierto  sentimiento  de malestar.  Quise descender entonces a las más sutiles esencias de mi error. A veces el ego un poco animalesco anula los más elementales principios de nuestra conducta vital. En mi defensa sólo cabe decir que no hubo astucia, ni premeditación. “Trinqué” compulsivamente un mantecado y un rosco de vino. El hombre es víctima de sus propios placeres. (Y obsérvese que hablo sólo de las pastas navideñas. No he mencionado para nada el turrón de Jijona porque ese… no es un placer del hombre… ese es un placer de dioses.)

 

Volver