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ANIMALES
(por Francisco L. Navarro Albert)
 


     La naturaleza es, y ha sido siempre, extremadamente generosa con nosotros. Proporciona el sustento, materiales para que construyamos nuestra vivienda y fabriquemos la ropa que protege nuestro cuerpo de las inclemencias del tiempo, los exquisitos frutos y alimentos que, a la par que nos sustentan, deleitan el paladar. En fin, ¡tantas y tantas cosas! Y, ¿cómo respondemos a esa generosidad?

     En base a un desarrollo desaforado llenamos la atmósfera de polvo y gases nocivos; destruimos las playas construyendo edificios a la orilla del mar al que, también, arrojamos basura. Ocupamos los cauces de los ríos y los caminos naturales del agua, clamando después cuando las lluvias destruyen a su paso cuanto hemos interpuesto en su trayectoria. Hacemos, en suma, tantas cosas como cualquiera pueda imaginarse y aún otras que no imaginamos pero que siempre hay alguien dispuesto a emprender.

     No contentos con maltratar la Naturaleza llenándola de todo aquello que queremos desechar, se nos ha ocurrido, también, utilizar cuanto hay en ella como una especie de arma dialéctica arrojadiza, en el arte -sin duda sólo capaz de ser creado por el hombre- del agravio. Así, llamamos despectivamente “perro” a la persona cuyos esfuerzos por trabajar no son francamente visibles, en tanto que, por otro lado, reconocemos sin ambages que el perro es “el mejor amigo del hombre”. Decimos “eres un cerdo” a alguien que nos ha hecho una mala pasada y, por otra parte, nos deleitamos con sus exquisitos jamones, embutidos, etc.

     A los cobardes les llamamos “gallinas” y a la mujer que acusamos de promiscuidad le decimos “eres más… que las gallinas”, cuando no le decimos, por idénticos motivos, que es “una zorra”. Reservamos el título genérico de “animal” para quien no se comporta civilizadamente, obviando que, gracias a ellos, a su existencia en la Naturaleza, podemos vivir.

     ¿Es acaso justo que llamemos “burro” a alguien que actúa torpemente y no se esfuerza por aprender, cuando el burro es un animal incansable, trabajador, que se ha utilizado para beneficio del hombre durante tantos siglos, haciéndole soportar pesadas cargas y jornadas?

     No es necesario buscar más ejemplos que pongan de manifiesto la actuación del ser humano a través de los tiempos;  deberíamos caer en la cuenta de que tan sólo una letra nos diferencia de tan denostados compañeros de viaje. Para el animal, buena parte de su vida se traduce en “yo como pienso” porque necesita alimentarse; en tanto que, para el hombre, lo correcto sería decir “yo como y pienso”. Como porque necesito alimentarme y pienso porque ello me permite examinar cuanto tengo a mi alrededor, me confiere la capacidad de tomar decisiones, de desarrollarme y crecer. Esa sutil diferencia (¡bah, una simple letra!) es lo que ha llegado a construir el hombre de hoy a partir del homínido ancestral.

     De todos modos, a la vista del comportamiento de algunos de nuestros congéneres, imagino que, si los animales tuvieran nuestras mismas facultades expresivas, no se tomarían la molestia de calificarnos como hacemos con ellos, de “irracionales”; seguramente se limitarían a decir: “¡hombres!”

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