Índice de Documentos > Boletines > Boletin Febrero 2011
 

VIAJE GALLINACEO
(por Gaspar Llorca Sellés)


     Ya mozalbete empezaron a invadirme sensaciones, gustos y otros caprichos hasta entonces desconocidos. Eran ensoñaciones, mensajes venidos de otros, consejos y reproches, vergüenzas e inmoralidades. Se abría la veda, libertad a espuertas, alejamiento del protectorado familiar, pensar por uno mismo, despenalizar conceptos perniciosos, dudas y preguntas atosigadoras; en fin, entré en lo que se llamaba conciencia mayor, o sea a preocuparte y también a atender las tendencias de tu propio cuerpo.

     Todo esto que armo no es más que para centrarme en el momento que me entró ese ridículo, pueril y cómico miedo. Si señor, miedo a las gallinas. Gracioso ¿verdad? Y así ocurrió: leyendo a la sombra de un algarrobo, cerca de una casa de campo, dejó de interesarme lo que el libro me decía y preste atención a una gallina que venía hacia mí, no sé lo que sentí; sí sé que cogí una piedra y espanté a aquel animal que se acercaba, y lo hice con odio y maldad, con placer malsano e impulsivo; y no sé si se nubló o se cerraron mis ojos, que pronto abrí al sentir unos pasos morrocotudos que se acercaban. ¡Ay Dios mío, ay! No era posible, estaría soñando, no, sueño no, ¿una aparición? Renuncié a confirmarlo: una enorme gallina picoteaba cerca del lugar. Una gallina, ¿como un avestruz?  Pongamos dos, uno encima de otro, y la tía se tragaba todo lo que encontraba, la cabra que saqué a pastar luchaba desesperada en el pico de aquella bestia.

     El pánico me escondió presuroso detrás del algarrobo, pero el monstruo seguía avanzando picando aquí y allá arrasando toda la huerta, parte de la pared del corral se desmoronó bajo uno de sus regateos. La muy astuta y faltando a todo pudor, cerca el tronco protector y con alegría machista agita sus aspas plumíferas, roja e inhiesta la cresta, dobla su poderoso cuello, y como vulgar gusano me veo luchando perdido de toda reflexión entre aquellas dos cuchillas, sin tiempo de encomendar mi atribulada alma a Dios.

     Y allí empezó mi viaje. Aturdido y a revolcones, en unión de pedruscos, hierba, sapos y culebras, de pedazos de conejos y restos de mi lactante cabra, nos deslizamos engullidos por un tubo que nos lleva a un receptáculo  convulsivo, que con sus  movimientos nos lanza sin piedad entre sus paredes; revueltos y batidos formamos una fina pasta, yo era un gránulo salvador con el que conseguí conservar mi consciencia.

     Así, con una claridad etílica me veía arrastrado por otros canales y recovecos, siendo receptor de  unos líquidos que nos limpiaban, secaban y absorbían. La facultad de pensar y sentir se diluye, era el final, ¡pues no!, ¿nueva encarnación? Fácil sugerencia. Era tan fuerte la oscuridad que produjo unas chispas de recuerdos y sensaciones  ya conocidos, una nueva placenta me cobijaba. ¿Cuánto duró? ¿Meses como cuando me concibieron? Ni idea. Sí sé que vi de nuevo la luz del sol al romperse el cascarón donde cohabitaba junto a un gigantesco pájaro.

     Aproveché el momento de la inestabilidad del animal para escapar y salir pitando y cuanto más corría más me acercaba a las cosas reales y respiré tranquilo cuando pude contemplar seres semejantes, calles y coches como siempre, aunque de momento me asustaron las miradas de los transeúntes con rictus burlón y algún pitido. Escapé corriendo, y en esa fuga me maravillaba de mi facultad de saltar, saltito aquí saltito allá, derecha izquierda, y pum, unos tiernos brazos me capturan  y con todo el amor primero me llevan a las alturas donde unos enormes ojos me miran con cariño, y mi fantasía plumífera se desborda y rompe en mil pedazos para dar paso a mi ego primero, yo un hombre sensato, cobijado y arrullado por una Gulliver infantil. No me oyen, grito, fraseo, mis cuerdas vocales al rojo vivo; y nada, que no hay manera, de mi boca y ¡claro! ¡si no tengo boca!, es pico, y el pico no tiene costumbre de coordinar más de tres sonidos, y siempre los mismos, y ahí me tienes gramaticalmente anulado, y el pío-pío es toda mi cháchara.

     Soy llevado a una grandiosa casa, eso es lo que veo debido a mi miniatura, y empiezo a pasármelo bien al aceptar mi nueva condición. Procuro portarme con educación, pío lo preciso, no rehúyo las caricias, y me gusta cobijarme en los regazos de mi dueña. Pero ay, pero ay que puede ser sin hache y con hache, igual es su sentido, ay señor lo que hay, la mamá de la niña quiere darme calor y me arrebuja entre sus pechos, ¡Dios! Perdona que te vuelva a mencionar, aquel producto de tu creación era la torre Eiffel, y su perfume me embriagaba y no me sentía pecaminoso pero la sangre me arrobaba y mi corazón pudo con la razón y en acto voluptuoso empecé a morder y mi desdicha volvió juguetona y alegre a demostrarme lo que eran mis labios, y mi besos eran picadas tan hondas y profundas que aquellas dos maravillas se llenaron de sangre y estropicios. Fui deportado y lanzado a un campo de concentración de mis congéneres y, aún impregnado de la pasión suscrita, vi a una pollita linda, más gallina que una ramera, y de un salto me lancé sobre ella, ella dijo pío, pero como el idioma era nuevo para mi no supe si era de susto o de placer, y ante el temor de cometer una violación bajé y me puse a reflexionar, y así con reflexiones me pasé largo tiempo. Ya una  negrura esconde el resto de la historia, no sé en qué terminé. Ni cuándo ni como. Sí, debo decir que hace días en una carnicería sentí un escalofrío al contemplar entre gallinas desplumadas a un pollo que colgaba de unos garfios mostrando sus desnudeces. Compré el pollo por si acaso y lo tengo enterrado bajo un rosal de jardín al que cuido...

Volver