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Manuel Gisbert Orozco
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La Inspectora, el Cacique y Sinforoso Ambrosio

Manuel Gisbert Orozco ____________________

 

 

 

 

A uno le gusta despertarse cada mañana una hora antes de levantarse para, en un duermevela y mientras se espabila, escuchar la radio.

    El otro día me sorprendió una noticia. Una Inspectora de Trabajo de Teruel había sancionado al Ayuntamiento de cierto pueblo (no capté cual) con mil euros de multa, porque el vecino encargado de abrir y cerrar la puerta del único bar del pueblo, supongo que de propiedad municipal, no estaba dado de alta en la Seguridad Social.  El vecino, jubilado, que anteriormente con toda probabilidad  ya se pasaba la vida en el bar, y que  seguramente desde su nombramiento su único beneficio era el de tener barra libre e invitar a una copa a algún amigo si se terciaba, ha sido penalizado con la pérdida de su pensión durante tres meses. El alcalde alega que es un servicio social y que en la Iglesia, otros vecinos, hacen otro tanto.

     Visto lo visto creo que la propuesta que hice hace un par de semanas en otro artículo: que los jubilados alcoyanos se hiciesen cargo de los museos, queda descartada.

     Hasta aquí los hechos; ahora bien, imaginando, uno puede suponer que en la iglesia, cuando le toca abrir a Doña Rogelia, la beata, ésta emplea el tiempo restante rezando: padrenuestro, avemarías, rosarios y algún que otro “kyrie eleison”. Y aunque esto actualmente no está bien visto, tampoco está penado. Cuando va don Leandro, otro que tal, suele echarse a dormir dentro del confesionario, y como ronca igual que el señor cura, recibe más de una confesión inconfesable. Aunque él, claro, no se entera. Por esto no debe de extrañarnos que cuando un sucedáneo de Eric el Belga visita nuestras iglesias se lleve lo que quiera.

     Sin embargo el bar es diferente. No es como una Sociedad Gastronómica donostiarra en la que el socio coge el chuletón de la nevera, lo guisa a su gusto y se lo come acompañado de una birra bien fresca o una botella de chacolí, para posteriormente depositar el importe de su gasto en caja; sino que alguien debe medir la cantidad de vino en un chato, hacer un bocata si se tercia y despachar un café en la máquina, que aunque estemos acostumbrados a servirnos en las gasolineras no es lo mismo. Y sobre todo cobrar. Que en un país de pícaros como es España seguro que no saldrían las cuentas.

     La Inspectora de Trabajo llegó cansada, sudorosa y cabreada al pueblo. Se había pasado toda la mañana oteando el horizonte para descubrir la torre de alguna grúa que delatara una obra. ¡Ninguna! Cuando finalmente descubría alguna, la obra ya hacía tiempo que estaba abandonada. Finalmente se topó con un chalet, de muy buena pinta, en construcción y donde se mostraba una cierta actividad. Cuando se identificó, su interlocutor y una pandilla de escayolistas, fontaneros, albañiles y electricista, huyeron como almas que lleva el diablo por cualquier hueco del edificio, bien sean puertas o ventanas, y rápidamente se perdieron entre los setos de los alrededores. No le costó mucho localizar al propietario del chalet que era precisamente el cacique del pueblo. Ante su requerimiento, la informó: que la obra la tenían parada debido a la crisis, le agradecía la información y le rogaba lo acompañara hasta el cuartelillo de la Guardia Civil más próximo, que estaba a cuarenta kilómetros, para, como única testigo del hecho, denunciar a los desaprensivos que le estaban robando y que ella con tanto valor les había conminado a la fuga. Decidió dejar las cosas como estaban.

     Cuando paró ante el bar del pueblo, solo quería: refrescarse un poco, hacer un pis y llegar lo más pronto posible a su casa. Cuando pagó, más por deformación profesional que por otra cosa le pidió los papeles al simpático anciano que tan bien la había atendido. Cuando este puso cara de idiota supo que lo tenía cogido.

     La multa de diez mil euros no supone ningún problema para el pueblo. Aunque piensan recurrirla. ¡Faltaría más! Solo supone incrementar un poco la deuda municipal, que según datos que maneja la Diputación tardará por lo menos 375 años en poder liquidarla. Por aumentar unos pocos años más, no va a terminarse el mundo.

     El problema era como pagarle a Sinforoso Ambrosio los tres meses de pensión que le iban a quitar y que en conjunto no superaban los dos mil euros. El pleno decidió hacerlo con los ingresos del bar. ¿Los proveedores?... ¡Que esperen!

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