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______________________________ a corazón abierto

La confusión del término cultura

Demetrio Mallebrera Verdú ____________________

 

 

 

 

Hemos tenido que tratar muchas veces el asunto del origen y significado de la palabra CULTURA. Y cada vez que tocamos el tema nos reafirmamos en lo penoso que nos resulta que una palabra tan grande y tan hermosa esté tan degradada, probablemente por la buena fe (y no es ingenuidad) de querer hacerla pedazos para hacerla más asequible, o aún mejor: más accesible; vamos, que no es para destrozarla, ¡hombre! Y es que, abusando cada vez más, se la ha ido despojando de su significado de cultivo, de su dimensión personal y hasta íntima, y de su proyección social. Porque en estos momentos (y mañana puede ser peor) entendemos por cultura un considerable cúmulo de conocimientos científicos (¿no es así?) mientras a la vez es una enorme variedad de técnicas e instrumentos que o bien nos permiten dominar la naturaleza, o nos llevan por caminos de multiplicidad y de semejanza de pensamientos que hacen como guías turísticos de recorridos históricos, de rastreos institucionales, de estudios costumbristas (fiestas, juegos, tradiciones) de vencimientos de tipo personal en lo físico (deportes), de acumulación de patrimonios artísticos, artesanales, lingüísticos, de supervivencia y gastronomía, de clases sociales diferenciadas y hasta políticos…, llegando así a crear una enorme confusión. Y todos pueden converger en que se trata de difusión, aprendizaje, información, doctrina, saber.

 

     Quizás nos toque dedicarle alguna vez un comentario a lo que de humanismo erudito está impregnada esta manida palabra, porque en el decir de muchos preceptistas de vetusto magisterio, sin conocimiento ni educación ni aplicaciones expresas que tengan como objeto principal el cultivo del hombre, la cultura acaba por perder su sentido instructor. Se tiende o bien a irse por las ramas (que no paran de crecer y de verlo todo desde una perspectiva simplista) o meramente a transmitir conocimientos lo más objetivos posibles para no entrar en muchas explicaciones, incluso simplemente a informar como si habláramos de noticias, para así evitar entrar en mayores profundidades. Las consecuencias de ese alejamiento de su fin principal ya las hemos visto en algunas leyes gubernamentales sobre educación cuando la gente se ha quejado de que hay un exceso de ciencia por considerarla más útil que se ha ido comiendo poco a poco a las humanidades entendidas como meollo de pensamientos, estilos artísticos, razones de ser, formas de vida y actuaciones del presente y del pasado, porque algunas de ellas sólo encuentran explicación haciendo salir al exterior lo que se lleva por dentro.

 

     No se cortan los antropólogos cuando afirman que el problema que tienen hoy las naciones desarrolladas (y la crisis lo hace más visible) no es la carestía, sino el exceso, aprovechando para decir que los excedentes en el espíritu tienen consecuencias más graves que en la industria o en los servicios, porque -dicen- la inteligencia se colapsa cuando no puede “digerir” ordenadamente la masa de conocimientos “técnicos” que la sacuden, faltos por completo de explicaciones y razones. Así que, como vemos a nuestro alrededor (y no consideramos que sea nada malo) nos rodean especialidades e investigaciones que no necesitan profundizar mucho para dar por aprendido cómo funcionan máquinas, sistemas y teorías que se convierten en leyes. Por eso dicen que “las hierbas se han convertido en árboles y el bosque no se ve”. ¿Habremos perdido por el camino virtud, sabiduría, artes humanas? Bien claro y con autoridad nos lo dice el clásico e ilustre Petrarca: “¿De qué me sirve conocer la naturaleza de las bestias, los pájaros, los peces y las serpientes, si ignoro o desprecio la naturaleza del hombre, el fin para el que hemos nacido, de dónde venimos y adónde vamos?”.

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