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SEPTIEMBRE

 

 

Francisco L. Navarro

 

            Cuando el mes de Septiembre, con sus cambios bruscos de tiempo, anuncia ya la proximidad del otoño, a veces tengo una sensación de tristeza y melancolía. Hasta me parece que un hálito de vida se me escapa, sin que pueda hacer nada para evitarlo.

 

            Tórnase la luz del sol en color más desvaído y las noches ya no hacen tan apetecible la sobremesa posterior a la cena, bajo la luz de la luna. Los árboles agitan sus ramas con la brisa y también, como con una mortecina desgana, se dejan arrancar las hojas, como si quisieran retar al venidero invierno despojándose de sus ropas.

 

            Hoy me he encontrado con Emilio. Le conocí antes de trabajar en la CAM cuando ambos estábamos en la industria de la automoción y, pese a nuestros esporádicos encuentros, siempre he tenido con él una relación fluida y agradable. Hablamos, como no podía ser menos, de las respectivas familias. Ya es abuelo múltiple. De repente, me confiesa: “tengo cáncer de colon y leucemia”. Me quedo callado, un nudo me atenaza la garganta y he de hacer un esfuerzo para impedir que la emoción deje aflorar las lágrimas a mis ojos.

 

            Sigue Emilio: “mi vida ha cambiado y el valor de las cosas ha pasado atrás, a la cola de otros aspectos de la vida, como la familia, los sentimientos”. Ahora, me dice, ha alcanzado a comprender en toda su magnitud la importancia de la familia, los verdaderos amigos, los que siempre permanecen al lado de uno aunque sea doloroso… Me dice que él, que siempre ha sido una persona de carácter más bien firme y capaz de resistir cualquier situación, se enternece ahora ante cualquier tragedia y no puede evitar el llanto.

 

            Sin embargo me dice que es feliz, y vive cada día sin temor, saboreando lo que tiene, viendo crecer a sus nietos. Que no piensa en si le queda mucho o poco tiempo de vida, porque tiene toda la vida por delante y no va a permitir que “este pequeño contratiempo” le arruine los días.

 

           Así que cuando vuelvo a casa y me siento a la sombra de los pinos escuchando el incansable batir de alas de las palomas silvestres, cuando el otrora agradable sonido del agua manando por la fuente, siento que me llena de melancolía, hago un esfuerzo y despierto de este letargo y me fijo en la exquisita belleza de las flores, en un par de mariposas cortejándose mientras me deleitan con el colorido de sus alas…

 

            Oigo las voces de los niños, jugando, que me llaman y, presto, acudo a su requerimiento, porque no importa cual es el destino. Importa el camino y lo que seamos capaces de conseguir en el trayecto.

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