Al año 1993 le cabe el gran honor de haber sido designado por la Comunidad Europea, a la que ya pertenecemos de forma un poco más plena desde el uno de enero, como el Año Europeo de las Personas Mayores y de la Solidaridad entre las generaciones. Una convocatoria que invita a la reflexión y a la acción.
Acertadísima me parece la expresión de Francisco Bernabeu Penalva, presidente de la Agrupación Europea de Jubilados de Cajas de Ahorros, al decir que la situación de la “clase jubilar” y su implantación en la sociedad es “la revolución gris”. Bien que lo creo por cuanto su papel social está aún por
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vida en alto grado.
Toda la provincia de Alicante, aunque especialmente la capital y las localizaciones costeras y con infraestructuras turísticas, son un buen ejemplo de ese nivel y de esa calidad de las personas mayores (que en algunos lugares han traducido como personas de edad avanzada), mejor llamados, en lengua catalana “Gent gran”. Si, gente grande, según libre traducción, que nos permite piropearlos (¡qué grandes que son todos!, expresión coloquial de agradecimiento y de indudable reconocimiento) y darles el peso, el volumen y la altura que merecen.
Cada vez hay más jubilados y pensio-
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reconocerse. Y también, porque ha de producirse un cambio de menta-lidad en esta “avanzada” sociedad de las prisas, las eficacias y las so-luciones a base de expedientes de urgencia y “reciclajes” laborales.
La “clase jubilar”, frase feliz a todos luces, ya no es lo que era. Lo dice muy bien Pascual Bos- que Tomás, miembro de la citada
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Demetrio Mallebrera Verdú
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nistas y cada vez están más jóvenes.
Ellos no quieren ser una carga, más bien al contrario, están deseosos de ser útiles, muy útiles, a la sociedad en general y a la “clase laboral”. Su historial particular, su profesionalidad, su experiencia… no pueden archivarse en los sótanos olvidadizos de empresas y
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agrupación europea. Antes, el jubilado era, más o menos, el inservible; ahora, el pensionista, pletórico de salud, juventud, profesionalidad y experiencia, es una pieza clave en el tablero de los consejos y en el estado de los entrenamientos. Antes, era poco menos que decir penuria, desaliño y forzado conformismo; ahora, es plenitud, ansias de vivir, bagaje cultural. Antes era aburrimiento; ahora es actividad, convivencia y calidad de
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corporaciones.
Su pasividad “forzosa” es -en juego de palabras- un excelente activo de presente y de futuro. No sólo por lo aportado, sino por lo que aún pueden hacer si se les confían esos puestos altruistas y generosos que saben realizar como nadie. Quizá sea esa la forma de poner en marcha la solidaridad entre las generaciones. Le daríamos al maltrecho mercado un toque de espléndida rentabilidad.
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